jueves, 1 de mayo de 2014

Capítulo tres: heridas trillizas.

Salí de mi casa con la intención de hacer unas compras. Tras cerrar la puerta a mis espaldas apareció Kory por la entrada. Me sorprendí al verle, sin embargo él no pareció darse cuenta.
-¡Alma!- se acercó a mí con una sonrisa tierna.
-Hola Kory, ¿cómo tú por aquí?
-He venido a ver cómo estabas y ya de paso decirte que esta noche habrá ronda de búsqueda, a ver si encontramos a Lucrecia...
-¿Aún no ha vuelto?- comencé a preocuparme de verdad.
-No...Vamos a ir a buscarla por los alrededores, no nos vendría mal tu ayuda.
-Claro, cuenta conmigo. Iba a hacer unas compras pero esto es mucho más importante.
-Vente conmigo a la comisaría y te daremos lo que necesites. 

Durante el viaje en el coche patrulla, Kory me preguntó sobre mi relación con la desaparecida. Nunca me había parado a pensarlo, pero nuestra toma de contacto más íntima había sido la noche que se presentó en mi casa y que posteriormente desapareció. Hasta entonces tan solo habíamos compartido un par de saludos en el instituto. Le extrañó y pareció no creerme por lo que yo tampoco confié en él al cien por cien. Cuando llegamos a la comisaría había bastantes vecinos además de los oficiales. Todos se miraban entre sí un tanto impacientes. Me facilitaron una linterna y una porra extensible que acabé olvidando allí. Después nos dirigimos a las afueras del pueblo, un grupo se dirigió al este y el otro, en el cual nos encontrábamos Kory, el señor Cólibrie y yo, fuimos hacia el oeste. Comenzamos la búsqueda por los lugares más próximos a la carretera, pero tras no encontrar ninguna pista, decidieron que sería más eficaz que nos separásemos y nos adentráramos en el bosque siempre acompañados de uno o más oficiales. 
Kory no se despegó de mí durante la búsqueda, lo que me dio más seguridad. Su nombre real era Christopher pero desde pequeño siempre le habían llamado Kory. Aproveché su descuido para inspeccionar el camino y el lugar en el que había encontrado a Lucrecia varios días atrás. No recordaba muy bien cómo llegar, sin embargo acabé orientándome lo suficiente como para creer haber estado allí. Aquel bosque, a la luz de la linterna, era mucho más siniestro que la primera vez que lo visité. Esta vez, apenas podía ver por dónde caminaba y la tierra era tan blanda que parecía que iba a engullirte en cualquier momento. Los búhos ululaban anunciando mi presencia y un álgido viento obstaculizaba mi avance, como si quisiera advertirme de que allí corría peligro. 
Entre los árboles vi aparecer a lo lejos la mansión de los nuevos inquilinos lo que me proporcionó un poco más de luminosidad y me permitió tener más campo de visión. Escuché a Kory gritar mi nombre, debía darme prisa. Me acerqué a los arbustos y di el mismo rodeo que la otra vez. La escena se repetía, de nuevo volví a ver el pálido brazo de Lucrecia tendido en el suelo y tras acercarme, esta vez descubrí su cuerpo ensangrentado, con numerosas hendiduras por toda su piel, con la ropa intacta de rasguños y una expresión de horror en el rostro. Le miré a los ojos. Me quedé atónita. Estaba muerta. 
Me acerqué para tocarla, no podía creerme lo que estaba viendo. De repente noté cómo alguien me observaba tras los arbustos y asustada eché a correr. Corrí y corrí con la intención de encontrar a alguien lo más pronto posible. Tras de mí, un rugido ávido, voraz, me perseguía velozmente siguiendo mis huellas. No podía distinguir el camino así que seguí corriendo sin rumbo. Escuché la voz de Kory cerca y la seguí pero cuando me faltaban unos pocos metros para alcanzarle tropecé y caí al suelo. Miré hacia atrás y grité. Tan solo alcancé a ver unos grandes ojos rojos, que me contemplaban desde el oscuro bosque, antes de que Kory me encontrara.

Di un sorbo de chocolate caliente mientras Kory trataba de tranquilizarme. No podía quitarme de la cabeza el brazo de Lucrecia, ni su rostro ensangrentado, ni aquellos ojos... Di un respingo.
-¿Te encuentras bien?- Kory me acarició la cabeza.
-No. No mucho. Tengo el estómago revuelto.- Le entregué la taza de chocolate y forcé una pequeña sonrisa. - Gracias.
-No hay de qué, tranquila.- posó la taza sobre el capó del coche y me abrazó.- ¿molesto?
-No.- le abracé yo también, hundiendo mi cara en su pecho, intentando relajarme. Tras él vi pasar en una camilla el cadáver de mi compañera. Presté especial atención en las marcas que lucían sus muñecas, sus brazos, su cuello...

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