viernes, 2 de mayo de 2014

Capítulo cuatro: identidades cuadriliterales.

Sumergí la cabeza en el agua de la bañera. Estaba tan caliente que me sentí por primera vez cómoda en algún sitio desde hacía mucho tiempo. Los cristales del baño se habían empañado y un vaho fogoso cubría cada esquina del aseo. Relajé los músculos y pensé en lo ocurrido. Sin duda era la mejor noticia que había podido conseguir hasta ahora pero, ¿hasta qué punto era ético hacer público un hecho como ese? Es cierto que todos los días mueren muchas personas y son los telediarios quienes se encargan de informarnos. Sin embargo, la muerte de una compañera de clase en tan extrañas circunstancias, no es una noticia sobre la que alguien como yo debiera responsabilizarse. Aún recuerdo su semblante. Esos ojos tan sobrecogidos...Esa boca tan descolocada...Ese gesto tan perturbador...Me abracé las piernas. Hundí el rostro en las rodillas y cerré los ojos. Vinieron a mi cabeza la sombra de la ventana, el rostro de Lucrecia, su cuerpo, embadurnado de sangre y la rosa negra. La rosa negra. Después de cogerla la guardé en el cajón del escritorio. 
Salí de la bañera, me sequé con un par de toallas y me dirigí hacia la habitación. Abrí el cajón. La rosa (o lo que quedaba de ella) no se encontraba ahí. Mierda. Comencé a sentirme desprotegida, así que agarré el teléfono y asalté la comisaría. Con la excusa de haber creído ver a alguien espiarme desde la calle, hice venir a Kory. Al llegar, él y sus compañeros examinaron con tesón el exterior de la vivienda y tras comprobar que nadie rondaba por ahí, se marcharon todos excepto él, que aguantó un par de horas charlando conmigo antes de volver al cuartel. Me pareció un gesto muy amable y gracias a él, pude descansar el resto de la noche sola.

Desperté entre sollozos. Había soñado con Lucrecia. La tenían retenida en una sala cuyas paredes eran vitrinas, detrás de las cuales me encontraba yo atada a una silla. Ella no podía verme. Repentinamente llegaba un hombre, le hacía todo tipo de vejaciones entre risas y después se acercaba a mí, susurrando con un fatídico aliento, alegando que era yo la única que se estaba divirtiendo. 
Traté de despejarme un poco y me puse a cocinar chocolate. Mi intención era prepararle a Kory unos dulces para agradecerle el esfuerzo que supuso quedarse conmigo la noche anterior. Le dediqué horas a los dulces, aún así ninguno resultó comestible. Ante mi frustración decidí comprarlos en la pastelería. 
Me encaminé hacia la comisaría tras haber comprado una variedad incontable de pastelitos. Al llegar me percaté de la presencia de una muchacha joven que permanecía quieta en la sala de espera. Su aspecto me resultaba familiar. Me senté a su lado y esperé también. Unos minutos más tarde apareció un empleado, que, acercándose a nosotras preguntó en qué podía ayudarnos.
-Me preguntaba si podría encontrar a Kory.- miré al profesional con dulzura y este se mostró reacio.
-El subinspector León se encuentra en su turno de descanso, espere aquí.- dio media vuelta y desapareció entre los demás trabajadores. 
-Perdona, ¿conoces a Chris?- la chica de mi lado se levantó y me tendió la mano.- Yo soy su hermana Alexia.
Le estreché la mano y espeté:
-Encantada, Alexia. Yo soy Alma. Conozco a Kory de algunas ocasiones en las que hemos coincidido...
-Interesante...-se frotó la barbilla.- Supongo que le visitaré otro día ya que, al parecer, tiene una visita más importante...-me guiñó un ojo.
-¡Oh, no! ¡No, no, no, no, no! ¡Para nada! Tan solo he venido a traerle unos dulces para agradecerle que se portara tan bien conmigo la otra noche, nada más.- miré el paquete y después a ella.- Toma. Dáselo tú. Dile que es de parte de Alma.- Solté los dulces sobre su regazo y salí vertiginosamente del edificio. Acabé paseando por el pueblo.
Una vez en casa empecé a reunir artilugios que encontraba en cajones y armarios llenos de polvo y los analicé uno a uno. Lo más relevante y útil que encontré fueron un revólver con unas inscripciones en otro idioma (probablemente inventado) y una caja de música muy antigua.

Al entrar la tarde, debido a que no tenía nada que hacer, surgieron en mi cabeza ciertas dudas. ¿Desde cuándo llevaba ahí esa mansión? ¿Quién vivía ahí y por qué nos estaba espiando aquel día? ¿Quién era el chico con el que iba Lucrecia la noche en que desapareció? ¿Dónde estaba la rosa? Tantas incógnitas hacían imposible resolver el axioma. ¿Quién mató a Lucrecia? 
Alguien llamó a la puerta. 
Al abrir descubrí la tierna sonrisa de Kory.
-Buenas tardes, Alma.- se quitó la gorra de policía y la sostuvo en las manos.
-Ya casi que buenas noches, ¿cómo estás? - le indiqué que podía pasar.
-No te preocupes, solo venía a darte las gracias por los chocolates...-miró hacia el suelo, vacilante.- ¿Fue simpática Alex contigo?
-Ha sido un detalle...-sonreí.- Sí, claro.
-Me ha hecho mucha ilusión, gracias.
-No ha sido nada.-nos miramos durante unos prolongados segundos.
-Espero verte pronto.-comenzó a andar hacia atrás. 
-Cuando quieras, ya sabes dónde vivo. -ambos reímos. Se montó en el coche y condujo hacia el centro del pueblo.
Escuché un ruido en el interior de mi casa.
-¿Hola?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu opinión es más importante que la de cualquiera de los personajes y, además, me ayuda a mejorar día a día.
Estaría muy agradecida si dejaras un comentario.
¡Quiero saber tu opinión!
:D