viernes, 4 de julio de 2014

Capítulo once: décimoprimer acertijo.

Desperté. Una melodía suave que provenía de una caja de música acariciaba mis oídos y junto con el mullido edredón me hacía flotar en un aura de paz y tranquilidad. Entreabrí los ojos. No reconocía aquel lugar. Las paredes parecían grises y había algunos muebles que no llegaba a identificar. De repente la cabeza me dio vueltas y se me cerraron los ojos de nuevo...


Me incorporé de un sobresalto. Abrí los ojos como platos. Me encontraba en mi habitación. La luz del Sol inundaba la sala con una calidez acogedora y todo parecía estar en calma. Sentí una punzada en la nuca y rocé con mis dedos el punto exacto. Entonces recordé lo ocurrido antes de desmayarme. Me levanté de la cama, caminé lentamente hacia el pasillo. Todo se encontraba en orden. No había nadie, tampoco había rastros de sangre ni nada roto. Suspiré. Me dirigí al cajón de mi habitación y lo inspeccioné. Estaba completamente vacío. ¿Y la rosa negra? Di un golpe con el puño cerrado. Me di un baño para librarme de esa sensación de suciedad impura y pasé el resto del día sin salir de casa, intentando encontrarle alguna explicación a lo que había vivido o había creído vivir.
Cuando se hubo alzado la luna sobre el cielo me decidí a dar un paseo por el centro del pueblo y ya de paso comprar algo de comida preparada y así evitarme preparar la cena personalmente. La familia Tanakamura había iniciado su festival japonés para iniciar al pueblo en su cultura y el hijo mayor había abierto un puesto de takoyaki por lo que me dirigí hacia allí con ilusión. La gente del pueblo parecía en su pluralidad entusiasmada aunque había personas que se mostraban reacias a nuevas experiencias. Esperé la cola que había en el puesto y me fijé en la persona que había delante mía. Cabello blanquecino, melena corta y lisa... Instintivamente se giró. Reconocí sus grandes ojos azules.
-¡Qué casualidad!-rió.
-Hola.
La fila avanzó y fue su turno.
-Dos raciones de takoyaki, por favor.- pagó y el muchacho le dio las dos bandejas. Adelanté un paso para pedir pero él posó su mano en mi espalda y dirigió mi trayectoria fuera de la fila. Entonces me miró y con una sonrisa risueña me extendió una de las bandejas.- No me des las gracias, es un regalo.
-Gracias.- contesté. Él enarcó una ceja.
-¿Dando una vuelta?
-Había bajado a comprar algo de cena. - comenzó a caminar y yo caminé tras él.
-¿Has probado esto alguna vez?
-Sí, claro. Todos los veranos, la familia Tanakamura hace un festival de comida y costumbres japonesas, ya que ellos son de allí, y así nosotros podemos ver cada año diferentes aspectos de su cultura. - mientras que yo pronunciaba aquellas palabras con tono repipi él parecía ignorarme olisqueando la comida.
-Huele bien.
-¿Me estabas escuchando? - el aroma caliente de los takoyaki recién hechos me hizo la boca agua.
-Sí, sí. Sentémonos, tengo ganas de probarlo. - trotó hacia un merendero de piedra cercano y se sentó. No sabía muy bien lo que hacer pero tenía curiosidad por ese chico así que me senté con él. Abrió su bandeja y hundió el dedo en una de las bolas, después se lo llevo a la boca e hizo un gesto de desagrado.
-¿No te gusta?
-La salsa no.- cogió los palillos que incluía la bandeja y utilizándolos a la perfección retiró la salsa de las bolas de pulpo e introdujo una de ellas en su boca. Yo abrí también mi bandeja para no sentirme tan incómoda y disfruté del olor.
-Oye...- murmuré. Él dejó de concentrarse en su comida y me miró de reojo.- ¿Qué es lo que pasó anoche?
-¿Anoche? - enarcó de nuevo una ceja.
-Sí, después de despedirnos.-dije firmemente.
-Que yo me fui a dar una vuelta y tú supongo que volviste a casa.- siguió comiendo.
-Después. -insistí. Le miré fijamente a los ojos esperando una respuesta coherente que demostrara que no me estaba volviendo loca. Él no se inmutó.
-No he vuelto a verte desde entonces. -jugueteó con las últimas bolitas mientras me miraba fijamente.
-No tiene caso...-desistí. Tal vez aunque hubiera sido cierto lo que vi, él no había participado y era inútil mi interrogatorio. De repente, el mismo Bugatti que estacionó aquel día en mi puerta paró frente a nosotros. Bajó la ventanilla del copiloto y alcancé a ver en el asiento de conductor al mismo chico pelirrojo que llamó a mi puerta, Rosh. Entrecerré los ojos.
-¿Qué haces aquí? - mi acompañante se dirigió al conductor del vehículo con un tono brusco.
-Vaya Fiend, no sabía que andabas con Ánima. - al oír aquello, se sorprendió y me miró atónito por un par de segundos. ¿Ánima?
-Mierda. - musitó. Rosh soltó una carcajada.- Adiós. - se levantó del merendero, se subió en el coche y desaparecieron entre el pueblo. Se dejó dos bolitas de pulpo partidas por la mitad en la bandeja y me dejó a mí allí sola. El silencio me recordó que siempre acababa volviendo a él...

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