sábado, 11 de octubre de 2014

Capítulo dieciocho: decimoctavo presagio.

Unos dedos suaves rozaban mi rostro con suma delicadeza mientras yo volvía a tener conciencia. La misma melodía gentil y apacible que creí escuchar hacía no mucho tiempo, repiqueteaba en mis oídos, atiborrándolos de elegancia. Me ovillé entre aquel edredón que se sentía mullido y fresco. Hundí las mejillas en su esponjosidad. De nuevo, me acariciaron la cabeza. Esta vez abrí los ojos. Me encontraba en una habitación muy amplia. Sus paredes eran de un gris tan claro que parecía blanco nieve, tenía muchos espejos, pocos muebles, de madera policromada al blanco y al dorado. La cama en la que me encontraba yo era más grande que la típica cama de matrimonio convencional y reconocí la colcha que me rodeaba. Yo había estado allí antes. Frente a mí; Fiend, ya sin sangre en las manos, lucía una espléndida y lúgubre sonrisa saturada por los rayos del Sol, que atravesaban los huecos de la persiana como si lucharan en Vietnam. Una de esas traviesas centellas aterrizaba en uno de sus ojos, volviéndolo grisáceo y cristalino. Su pelo revuelto, en cambio, parecía más oscuro al no interactuar con ninguno de los rayos y sin embargo le hacía parecer un tanto estoico, sin dejar su sensualidad de lado. Se encontraba sentado en una silla de madera, recostado hacia atrás, con sus largos brazos juntos cayendo por el hueco que había entre sus piernas.
-Alma. - pronunció mi nombre con sutileza y se agachó hacia mí.
-¿Dónde...? - mi voz sonó áspera.
-Estás en mi habitación. - esbozó una sonrisa de medio lado.
-¿Qué pasó anoche? - me toqué el pelo, no parecía muy despeinado. Bostecé.
-¿Quieres que te traiga algo de comer? Has dormido mucho... - se levantó de la silla y se encaminó hacia la puerta de la habitación, al fondo, justo en frente de la cama.
-No, gracias. No tengo hambre. - miré a mi alrededor y vi, en la misma silla en la que se sentaba antes, mi ropa colgada sobre el respaldo. Levanté rápidamente el edredón y miré en su interior. Llevaba mi ropa interior, pero encima me habían colocado una especie de camisón corto, blanco, de seda. Sentí vergüenza y automáticamente lancé la parte que sostenía de la colcha hacia el final de la cama y me sonrojé. Error. Desde el final de la habitación Fiend me observaba con los cinco sentidos. De repente su semblante cambió y se encaminó hacia mí, grácil y refinado. No supe cómo reaccionar y me escondí debajo de las sábana y el edredón. Él rió desde afuera y se sentó a los pies de la cama.
-¿Has sido tú? - pregunté ofuscada.
-No, fue mi hermana Daeryn. - tras oír aquello me sentí aliviada y volví a destaparme.
-¿Qué ocurrió anoche? Y esta vez no me evadas. - le miré fijamente a los ojos. Él sostuvo la mirada y declaró.
-Ayer casi te matan. Tu amigo cazó a un novato de los nuestros, un neófito inexperto, y saltó la alarma. Mandaron a unos cuantos a encargarse del cazador pero cuando me enteré de quién era supe inmediatamente que estarías involucrada y fui a buscarte. Te encontré y los demás intentaron atacarte, te desmayaste y te traje aquí.
-¿De los nuestros?, ¿cazador?, ¿atacarme? - todas las piezas acabaron por encajar. - ¿Tú también eres uno de ellos?
-Sí. - automáticamente se dio la vuelta para que no le mirara a la cara. Yo gateé a través de la cama, le rodeé y me subí en su regazo. Le miré fijamente a los ojos y él me devolvió la mirada. Sus penetrantes pupilas me transmitieron confianza e instintivamente llevé mis manos hacia su boca y se la abrí. Él no opuso resistencia. Observé sus largos y afilados colmillos. Sentí miedo por un instante pero súbitamente lo perdí. Usé el dedo índice para introducirlo en su boca, y tocar uno de los colmillos. Con la boca abierta, y la cabeza alzada levemente, me miraba desconcertado.
-¿Quieres comerme? - dije sin pensar. Él pareció sorprenderse pero no hizo un gesto desagradable. De repente volví a la realidad: él estaba sentado sobre la cama, yo de rodillas sobre su regazo con un camisón corto de seda preguntándole que si quería comerme. Me ruboricé y gateé hacia otro lado de la cama lo más rápido que pude. Había metido la pata de la manera más horrorosa posible. Me puse nerviosa y me tapé mediocremente con el edredón.
-¿Me dejarías comerte? - contestó mirándome directamente a los ojos con decisión. Comencé a hiperventilar suavemente. Él rió. - Es mucho más complicado que eso... - Se levantó y caminó hacia la puerta.
-Lo siento. Lo he hecho sin pensar, no quería incomodarte. Entiende que sea raro para mí...
-Tranquila. - me interrumpió. - Será nuestro pequeño secreto. - sonrió pícaramente. - ¿Quieres que te lleve a casa?
-Te lo agradecería.
-Vale. Cuando estés lista avísame. Estaré aquí afuera. - abrió la puerta, salió de la habitación y cerró a sus espaldas. Suspiré aliviada y sumamente avergozada.
-Nunca me había sentido tan ridícula... - pensé en alto.

Cuando terminé de vestirme salí en busca de Fiend; que, tal y como había dicho, permanecería esperando justo afuera. Su casa era enorme, aunque el hecho de que estuvieran casi todas las persianas bajadas no me dio oportunidad de fijarme en el decorado. Anduvimos un largo recorrido hasta el garaje. Este era casi tan grande como la superficie de la casa del doctor Marquet. Habían cantidad de vehículos, desde antiguas motocicletas a deportivos de lujo. Caminó hacia un destacable Aston Martin Vanquish de color negro carbón. Tenía un acabado brillante y estaba tan limpio que alcancé a ver el reflejo de mi melena dorada, casi platina. Abrió la puerta del copiloto y esperó a que me sentara. Le miré y dudé. Él asintió y después cerró la puerta. Al montarse en el asiento del conductor me miró a los ojos.
-Nunca te fíes de un condenado. - arrancó el motor y nos mantuvimos en silencio todo el trayecto. Cuando paró frente a la verja él esperó a que bajara del coche y yo encaudé la situación a otro puerto.
-¿Por qué me atacaron?, es decir, ¿por qué a mí? - me desabroché el cinturón y giré mi cuerpo hacia él.
-Eres exactamente lo que ellos no tienen, Alma. - no me quedé satisfecha tras aquellas palabras pero intuí que no pretendía revelarme nada más. Hice un gesto de resignación y salí del coche. Aún con la puerta del deportivo abierta le miré.
-¿Volveré a verte pronto?
-No si quieres permanecer a salvo. - me guiñó un ojo y cerré la puerta.
Al llegar al pórtico de mi apartamento vi clavada en él una de las flechas de Kory. En la punta sostenía una nota. Arranqué la flecha rápidamente y miré en todas direcciones, esperando que nadie hubiera visto nada. Entré y recogí la nota: "Me urge saber que estás bien. Ven a verme cuando puedas. Ten en cuenta que si pasan más de dos días y no se nada de ti entenderé que no has vuelto a casa y te buscaré en cada confín. Pd: si eso supone llevarme por delante a más de uno y más de dos vampiros, será un gusto. Kory." Sonreí en la soledad del único momento de paz que había tenido en los últimos días y me senté en la cama. Agarré la flecha, que al contacto con mis dedos empezó a centellear a través de las inscripciones moradas. Las chiribitas rosadas y plateadas, que emanaban de las hendiduras, parecían interpretar el Cascanueces de Tchaikosvky y me quedé anonadada mirando aquel espectáculo lumínico hasta que, de repente, alguien golpeó la puerta.

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