viernes, 10 de abril de 2015

Capítulo veintidos: vigésimo segundo y sádico titubeo.

Con el tiempo Isaac se recuperó. Kory y yo sostuvimos una coartada perfecta y nadie pudo relacionarnos con el incidente, ni siquiera Isaac. Al parecer, al eliminar toda la ponzoña de su sangre, a base de suero y transfusiones, eliminaron también los recuerdos que estaban vinculados al momento en el que el veneno entró en contacto con su cuerpo. Tan solo recordaba haber sido atacado por bestias salvajes.

Pasé la mayoría de mi tiempo en casa de mi héroe. Él me contaba historias y me enseñaba a tirar con el arco, yo cocinaba para él y de vez en cuando le llevaba a mi casa. A mi madre le agradaba: le reía las gracias, le invitaba a tomar el té y le contaba anécdotas de cuando yo era una niña. A veces resultaba molesto; sin embargo, me reconfortaba ver a mi madre sonreír con ilusión. Parecía una niña con una muñeca nueva.


A pesar de coincidir a menudo con los inquilinos, y miembros de mi nueva familia, por los habitáculos del caserón, yo disfrutaba de la soledad de mi cuarto y de los baños calientes de espuma que tomaba de madrugada. Una noche, mientras enjabonaba mi cuerpo entre el resplandor de velas aromáticas, recibí una llamada de un número desconocido. Descolgué y no escuché más que una respiración. Me sentí ofendida y colgué. Instantáneamente recibí otra llamada. De nuevo, solo una respiración al otro lado.

Empecé a sentirme repugnada y aquel lugar comenzó a parecerme lúgubre y vacío. Me incorporé, puse el altavoz del teléfono y una toalla sobre mi cuerpo. Avancé hasta la puerta y la empujé. Advertí las puertas del balcón de mi habitación abiertas de par en par. El viento mecía agresivo las cortinas y la luz de la luna dibujaba una figura cónica en la moqueta. Al finalizar su trayectoria, la puerta del baño chirrió. Se me erizó el vello de la piel y mis dedos se hundieron aún más en la sucia moqueta. Adelanté mi posición medio metro hacia el interior de la habitación, musitando plegarias al silencio más denso y profundo que había saboreado jamás.
Miré en todas direcciones, incluso detrás de la puerta. No había nadie más que yo, mi temor y un sobre en mi mesilla. Corrí hacia él y la toalla se deslizó por mi cuerpo hasta quedarse hecha un gurruño a mis pies. Al tocar el borde del sobre sentí un escalofrío. Lo agarré y saqué la nota que había dentro. "Sorpresa." Una enorme mano apareció frente a mí desde mi espalda, me tapó la boca y me presionó contra su cuerpo. La misma respiración entrecortada que había al otro lado del teléfono inhalaba y exhalaba, con sus labios presionando la parte trasera de mi oreja. Sentí miedo y asco; aún así no podía hacer nada, me retenían en la posición perfecta. Y, entonces, habló:
-¿Por qué estás tan solita?-entonó aquellas palabras en una melodía suave y macabra. Intenté resistirme pero resultó inútil. Él continuó.-Sería una pena que alguien pudiera herirte...-Apretó mis mejillas entre su mano fuertemente y mis pómulos enrojecieron simultáneamente. Quería gritar, moverme, asestarle unos cuantos puñetazos pero me encontraba perfectamente paralizada. Olfateó mi cuello suavemente y acto seguido me lanzó violentamente contra la cama. Caí de espaldas mientras contemplaba su abominable rostro. Cerré las piernas instintivamente y gateé de espaldas hasta el otro extremo de la cama. Él carcajeó.-Si llegara a enterarse de que voy a ser yo quien fracture cada hueso de tu cuerpo, quien te desencaje la clavícula...-Mientras añadía fantasías a su discurso avanzaba un paso más hacia mí y yo retrocedía.-Quien te arranque de cuajo esos preciosos y firmes senos...-conseguí ponerme en pie por el extremo contrario desde el que él se acercaba y apoyé la espalda contra el armario, deseando ser capaz de atravesar la madera.-Y después absorba tu sangre y se relama los colmillos.
Y entonces reaccioné. Corrí hacia la puerta de la habitación y él saltó hacia mí sin lograr agarrarme. Huí de aquella habitación lo más rápido posible pero, al llegar a las escaleras principales de la casa, advertí que había dejado de seguirme. Comencé a gimotear involuntariamente a causa del miedo. Recordé cómo Kory había sido capaz de derrotar a aquellos vampiros con su arco y sus flechas y caí en la cuenta de que yo tenía una de ellas. A pesar de que las piernas me flaqueaban y un tic nervioso me obligaba a mirar en todas direcciones en busca de mi acechador, corrí en busca de la mochila donde guardaba aquella flecha. Al llegar a la puerta entreabierta de mi habitación, una gélida brisa atravesó el intersticio y erizó mi piel. Contuve la respiración y me aseguré, de nuevo, de que nadie me estuviera observando. Entré lentamente. Busqué con cautela la localización de la mochila y la encontré, caída junto a una de las puertas del balcón. Di un paso en falso y a continuación corrí hacia la mochila. Inesperadamente, a mitad de camino, aquel ser repugnante se abalanzó sobre mí y me precipitó contra el suelo. Se incorporó y gateó hasta colocarse a la altura de mis nalgas y se sentó encima. Yo estiré la mano hacia la mochila y él reaccionó forzando de manera sobrenatural, con sus piernas, mis caderas. Gemí de dolor. Sentía que iba a romperme de un momento a otro. Él recorrió mi espina dorsal con uno de sus fríos dedos levemente y lanzó una rosa negra sobre la moqueta; esta cayó a la altura de mis ojos. 

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