viernes, 5 de diciembre de 2014

Capítulo veintiuno: vigésimo primera tragedia.

Momentos antes de bajarnos del coche, Kory apagó el motor. Se inclinó sobre los asientos traseros y agarró su arco y su carcaj. Después, abrió la puerta y salió. Yo le imité y bloqueó las puertas con el mando inalámbrico. Avanzó un par de metros hasta entremezclarse con los arbustos y yo le seguí sin decir ni una palabra. Tras unos minutos caminando en silencio llegamos a una explanada que limitaba con el río en la que habían muchas tiendas de campaña desmontadas y un camping destartalado. Se podía apreciar que el fuego se había apagado recientemente. Corrí hacia las abandonadas pertenencias buscando algún signo de Isaac. Di vueltas sobre mí misma observando detalladamente todos y cada uno de los objetos que yacían sobre la hierba seca mientras Kory inspeccionaba el lugar minuciosamente. Tras no identificar nada, perteneciente a mi futuro hermanastro, me acerqué al cazador de vampiros.
-No hay nadie. -musité.
-Shh... - impuso él. 
-A...yu...da... - una voz ronca y apenas sin fuerzas se escuchó a nuestras espaldas. Me giré y observé cómo un muchacho se arrastraba hasta la orilla desde el corazón de la corriente. Corrí en su ayuda y Kory caminó detrás de mí. 
Al acercarme, pude advertir el tullido cuerpo de un adolescente al que le habían arrancado un brazo por el codo, le habían arañado el pecho y se desangraba por un terrible desgarro en el cuello. Vi en sus ojos la desesperación y el pavor que sentía en lo más profundo de su alma. Su mirada suplicaba piedad y demostraba sus ganas de seguir viviendo. Me agaché frente a él y, llenando mis manos de su sangre, tiré de su mano hacia mí. Él gemía de dolor y se retorcía. Instantáneamente, Kory reaccionó.
-¡Quieta! - tiró de mis brazos haciendo que soltara al muchacho.- ¡No le toques! - se interpuso entre el chico y yo.
-¡Necesita ayuda! - intenté esquivarle pero fracasé.
-Pronto será uno de ellos... - dirigió la mirada al suelo.
-¡Estás loco! - a través del hueco entre sus piernas vi cómo los atemorizados y oscuros ojos del mártir se tornaban en un intenso color borgoña y sus labios comenzaban a dibujar una siniestra sonrisa. Kory se dio media vuelta y tensando el arco escupió al suelo. Milésimas de segundo después disparó una de sus flechas contra el monstruo, atravesando su cráneo desde el hueso frontal al occipital. La sangre salpicó todo cuanto encontró a su paso en un radio de dos metros. En aquel momento sentía una mezcla de horror y excitación. Gotas brotaron de mis lagrimales de manera involuntaria. Me puse en pie y miré a Kory con asombro. Este me devolvió la mirada y chistó. Caminó en dirección al coche, dejándome atrás. De nuevo miré al muchacho. Su cuerpo sin vida yacía en la orilla del río, sobre un enorme charco de sangre y con un agujero en la frente. Su semblante aún mostraba la terrorífica verdad que se esconde detrás de la existencia de un vampiro, y nada podía reflejarlo mejor que sus cuencas abiertas de par en par y la macabra sonrisa de la locura personificada. Tragué saliva y perseguí a Kory. Cuando estuve a punto de alcanzarle, ambos escuchamos un gruñido que provenía de cualquiera de los arbustos que bordeaban la explanada.
-Kory... - susurré intentando alertarle. Aunque tan solo conseguí hacer notar el miedo que sentía en aquel momento. Él se dio la vuelta y puso su espalda contra la mía. 
-No te muevas ni un ápice. - musitó. De uno de los arbustos surgió un chico corriendo atemorizado. Kory y yo le miramos fijamente y tras unos instantes pude advertir que se trataba de Isaac. Él no se percató de nuestra presencia ya que cada dos segundos giraba la cabeza para cerciorarse de que le seguían. Fui a gritar y Kory me tapó la boca. Forcejeé y moví los brazos en el aire para que mi futuro hermanastro consiguiera darse cuenta de que me encontraba allí, pero resultó inútil. Cuando hubo recorrido unos cuantos metros desde los arbustos, apareció tras él, a la velocidad de la luz, un vampiro corriendo sobre todas sus extremidades como un cuadrúpedo. No alcancé a ver más, ya que instantáneamente, Kory me abrazó, me tapó la boca y se abalanzó sobre mí haciéndonos caer al suelo. Giré la cabeza y vi cómo la sedienta criatura derribaba a Isaac y lo arrojaba contra el forraje. Quería gritar pero la mano de mi protector impidió que nos descubriera. Comencé a llorar mientras el vampiro le mordía sin piedad y le arrancaba pedazos de piel de diversas partes del cuerpo. Las lágrimas impedían ver con claridad cómo se atiborraba de flujo sanguíneo y este chorreaba por toda su cara. Pataleé enfurecida y el feroz engendro se percató de nuestra presencia. Dejó de absorber las arterias de Isaac y nos miró fijamente. Kory rodó hacia el suelo y de una pirueta se puso en pie. El vampiro ladeó la cabeza noventa grados y sonrió maquiavélicamente. Me coloqué de costado y me limpié las lágrimas de los ojos. Aquel ser comenzó a correr hacia nosotros y cuando estuvo lo suficientemente cerca, saltó y Kory le asestó un flechazo en el pulmón. La criatura gimió de dolor, cayó al suelo y comenzó a retorcerse. Yo me levanté y corrí hacia Isaac, pero cuando pasé cerca del vampiro, frené por dos segundos y observé cómo la flecha iba calcinando su cuerpo, poco a poco, desde el filo. Continué mi camino y al llegar, me agaché y posé mi mejilla izquierda sobre su pecho. Su corazón latía a trompicones sin dejar de luchar. Me levanté rápidamente y le agarré de los brazos. Tiré de él hacia los arbustos con la intención de llevarlo al coche. Alcé la vista y vi cómo Kory disparaba firmemente su arco a unos cuantos neófitos que venían a despedazar la presa de su difunto compañero. Dejó a los vampiros sufriendo sobre el terreno. Sus cuerpos ardían casi con la misma intensidad que mi deseo de verlos agonizar. Cuando hubo terminado, corrió en mi ayuda y juntos llegamos al coche sanos y salvos. Arrancó el motor y lo puso a ciento veinte. Condujo lo más rápido posible hasta llegar al hospital de guardia más cercano. En la entrada se levantó del asiento del conductor y pasó a la parte trasera.
-Coge el volante y conduce despacio, cuando yo te diga frena y después acelera todo lo que puedas. 
Asentí y cogí el volante. A su señal frené y caí en la cuenta de lo que iba a hacer, pero cuando quise recriminarle sus intenciones ya había abandonado el moribundo cuerpo de Isaac a las puertas del hospital. Aceleré, Kory volvió al asiento del conductor casi de un salto y salimos de allí antes de que nadie pudiera identificarnos.

martes, 2 de diciembre de 2014

Capítulo veinte: vigésima angustia.

Permanecí el resto del día en mi habitación, jugueteando con la flecha que guardaba del día anterior. Para mi curiosidad, esta sí volvía a lucir al contacto con cualquier parte de mi cuerpo. Especulé durante horas, fantaseé con algún tipo de magia corriendo por mis venas, transformándome en una especie de heroína que lucha contra el mal. El reloj de la mesilla me alertó de que eran las ocho en punto y eso me recordó que debían esperarme en el comedor.
Durante la cena, mi madre y el doctor nos comunicaron que debían marcharse durante un tiempo a un pueblo no muy cercano de este, ya que habían de investigar un extraño tipo de anemia que había conducido a una gran cantidad de gente al hospital. Isaac no pareció prestar atención y fui yo quien accedió a responsabilizarse de cualquier acto que se produjera durante su ausencia.
Esa misma noche ayudé a mi madre con su equipaje.
-Mamá.
-Dime, cielo. - me tendió la mano.- Pásame el neceser.
-¿Eres feliz con el doctor? -agarré el neceser por el asa y se lo entregué. Ella me miró con el rostro entristecido, me acarició las mejillas y sonrió.
-Claro, cariño.- hizo una pausa. - Es un buen hombre. -sonrió de nuevo.- Y muy apuesto.- me guiñó un ojo.
-No hables como en la Edad Media.- ambas reímos. - Pero sí, es un hombre atractivo.
-¿Por qué lo preguntas? -frunció el ceño y continuó guardando ropa en la maleta.
-Es que se me hace raro todo esto...
-Dale una oportunidad. - cerró la tapa y se dispuso a hacerlo también con la cremallera.
-Eso hago. Estuve pensando en mudarme al edificio grande con vosotros. - me envolví en el pijama. No estaba segura de hasta qué punto estaba dispuesta. Sus ojos se encendieron como candelabros en la oscuridad y me abrazó.
-¡Será genial! ¡A Izan le hará mucha ilusión! Podrías cambiarte ya y para cuando volvamos ya te habrás acostumbrado. - terminado el abrazo me observó con una sonrisa de oreja a oreja. Hacía tiempo que no la veía tan ilusionada.
Corrió a informar al doctor y antes de las once ya me había instalado en mi nueva habitación. Esta era mucho más amplia y también incluía un baño personal. Desde el ventanal se podía ver una gran parte del pueblo, con sus tejados color ladrillo y negro azabache y sus calles empedradas. También se veía un frondoso boscaje de pinos, en cuyas copas se reflejaba la luz mostrando un gran abanico cromático de diferentes tonalidades verdosas y amarillentas. A lo lejos advertí lo que parecía una gran mansión rodeada de la espesa manta de árboles. Probablemente ahí vivía Fiend y todo su ejército de criaturas sobrehumanas. "Si tuviera un telescopio..." pensé.
A medianoche, el doctor y mi madre huyeron de la frívola casa familiar Marquet rumbo a una misión de trabajo e involuntariamente también de placer.
En diversas ocasiones me crucé con el primogénito Marquet en los diferentes pasillos de aquel lugar. Se extrañó de encontrarme merodeando por todos y cada uno de los corredores en busca de algún aliciente que me resultara atractivo de aquella casa. Acabé descubriendo que en muchas de las salas y galerías, que encontraba con la puerta cerrada, estas escondían una historia cada vez más compleja y enigmática de la familia. Una de las veces que me encontré con Isaac en el pasillo se paró frente a mí.
-Si vamos a ser hermanastros vamos a tener que apoyarnos.
-No entiendo.
-A ver, tu das la cara por mí, yo por ti; tú me encubres, yo lo hago por ti. - con las palmas de la mano hacia arriba dibujó con sus manos círculos en el aire, signo de ayudarme a entenderlo.
-Sí, ahora sí. ¿Qué quieres que haga por ti? - enarqué una ceja y él apoyó su brazo derecho sobre mis hombros.
-Me voy a ir unos cuantos días a un camping a la orilla del río con mis colegas, le dije a mi padre que no iría por quedarme cuidando de ti. Tú no necesitas que te cuide y yo no quiero hacerlo. Nadie sabrá que me fui. - con la mano izquierda hizo un recorrido semicircular frente a nosotros como si se dirigiera a un público específico - Volveré antes de que ellos lo hagan. - retiró su brazo de mis trapecios y se puso, de nuevo, frente a mí. - Si se adelantan, llámame. - sacó de su bolsillo un papel con lo que parecía su número de teléfono escrito y entró en una de las habitaciones. Lo guardé en uno de los bolsillo de la chaqueta gris de lana que llevaba puesta y bajé al salón. Quedé encandilada con los sofás de terciopelo verde cazador delineados de madera de haya barnizada al más puro estilo victoriano. Las paredes eran de un verde similar al del sofá y estaban decoradas con enormes estanterías llenas de libros, réplicas de fósiles, representaciones de mapas y algún que otro cactus. El olor a café que se filtraba por los intersticios de las puertas se fundía con el ambiente sombrío de aquel lugar.
-¡Me voy, Alma! - la voz forzada de Isaac se escuchó en el hall y salí en su busca. Portaba una mochila a la que se encontraba atada un saco de dormir y una cantimplora.
-Ten cuidado y que te vaya bien. - sonreí y cerré los ojos durante un segundo para parecer entrañable.
Salió por la puerta y me encontré sola en un mansión totalmente ajena a mí y de la que desconocía cualquier tipo de peligro o refugio. Deseé entonces que alguno de los empleados sintiera pena de mí y decidiera pasar la noche conmigo en aquel lugar, sin embargo no ocurriría nada como aquello. Los empleados del Dr. Marquet estaban bien educados y no volvían al edificio central una vez terminado su horario de trabajo, a no ser que el doctor lo solicitara personalmente. Me dirigí a la cocina y advertí que la puerta que daba al pequeño huerto no estaba cerrada del todo. Corrí hacia ella y eché el pestillo. Comencé a darme cuenta de que allí era vulnerable a cualquier tipo de ataque por parte de ladrones, locos, violadores o cualquier tipo de malechor. Agarré un cuchillo afilado y lo llevé conmigo a todos lados mientras acechaba cada rincón por el que pasaba y escuchaba minuciosamente cada sonido. De vez en cuando me sobresaltaba por algún chasquido de una rama afuera o algún graznido de algún cuervo. Tras varias horas en guardia acabé sumiéndome en lo más profundo de mis sueños en aquel sofá aterciopelado.
Tras algunos días sin sobresaltos acabé acostumbrándome a la soledad nocturna que me proporcionaba la casa. Por el día charlaba con el servicio y trataba de darles el menor trabajo posible. En algún momento me invitaban a su casa y me contaban historias de sus antepasados. En otras ocasiones daba un paseo por el pueblo esperando un encuentro casual e indirectamente provocado pero esperaba en vano. Una noche recibí una llamada desde otro pueblo. Mi madre e Izan debían ausentarse unos días más debido a que no podían sacar ninguna conclusión precipitada de su investigación y debían aumentar su esfuerzo de manera rigurosa. Se despidieron recordando que nos echaban de menos y que pronto volverían a casa. Aquello me tranquilizó y dadas las circunstancias me hizo sentirme de nuevo en una familia. Me acurruqué en una manta sobre el sofá del salón, con la intención de conciliar el sueño y, cuando estuve a punto de hacerlo, una luz me cegó a través de la ventana. Entreabrí los ojos y vi que la luz parpadeaba. Me acerqué lentamente a la ventana y retiré las cortinas para sacar una conclusión más acertada. La luz provenía de un coche por lo que alguien estaba haciendo la luz parpadear. ¿Era a mí? Al verme asomada, la persona volvió a hacer parpadear las luces y yo, instintivamente, me oculté rápidamente tras la cortina y me alejé de la ventana caminando hacia atrás. Me dirigí hacia la cocina y cogí el cuchillo que me acompañó mi primer día sola en la casa y lo escondí en la chaqueta. Guardé las llaves de la mansión en el bolsillo del pantalón y salí de la casa. Caminé hacia la verja aún sin ver con total claridad pero firme y segura. A medida que me acercaba podía reconocer con más exactitud el todoterreno de Kory. Salí del recinto y tras cerrar la verja tras de mí me dirigí a él.
-¿Qué haces aquí? - sonreí.
-Voy de caza al río y como me pillaba de camino tu casa me pareció apropiado venir a hablar contigo.
-Oh, qué detalle...
-Quería saber por qué te fuiste así de mi casa. - se apoyó en el capó del todoterreno y me miró de arriba abajo.
-Oh, es que recordé que había olvidado decirle a mi madre que salía y si estoy mucho tiempo afuera sin avisarla llama a la policía y monta un follón por nada. -me llevé la mano a la nuca.- Lo siento.
-No, tranquila. Si total, tenía que arreglar unos asuntos. -me tendió la mano. Yo se la estreché y tiró de mí hacia él. Apoyé mis manos sobre su chaqueta de cuero negra y nos miramos a los ojos durante unos instantes. Segundos después me alejé de él un par de pasos hacia atrás y miré hacia otro lado.
-Al parecer esta noche están habiendo ataques de vampiros.
-¿Ataques?
-Sí. Deben de tener hambre esos cabrones.
-¿Ataques a gente normal, del pueblo?
-Si, Alma. Y me voy ya, que parece ser que hay un camping cerca del río y no queremos que esos malditos toquen a nadie más. - se subió en el asiento del conductor mientras me miraba cuidadosamente.
-¿¡UN CAMPING!? ¡Llévame ahora mismo! - subí al asiento del copiloto y cerré la puerta.- ¡Isaac está allí!
-¿Isaac? - preguntó aún con su puerta abierta.
-¡Sí! ¡Corre! - golpeé el salpicadero y él, con suma tranquilidad, cerró la puerta del coche.
-¿Quién es Isaac?
-¡Llévame allí! - grité preocupada.
-¿No me vas a decir quién es? - me miró fijamente a los ojos.
-¡No es momento para ponerse celoso! - me arrepentí de lo que acababa de vomitar y él hizo un gesto de incredulidad y arrancó el motor. Me tranquilicé ipso facto y observé cómo se alejaba mi casa y desaparecía entre la densa niebla del paisaje.

Capítulo diecinueve: decimonoveno encuentro.

Quienquiera que fuese la persona que se encontraba fuera no desistió. La puerta retumbó unas cuantas veces antes de que llegara a abrirla. Rosh y su característica melena bermellón me arrollaron a su paso,' urgente por entrar en mi apartamento. Cerré la puerta a mis espaldas. Él inspeccionaba cuidadosamente mi morada.
-¿Qué haces aquí? - incoé.
-Vengo a advertirte. ¿Qué es este lugar? Huele asquerosamente mal. - olisqueó el ambiente arrugando la nariz y después hizo un gesto de disgusto.
-Gracias. Es mi habitación. Advertirme, ¿de qué? - caminé hacia él hasta quedarme a una distancia apropiada y le miré dubitativa.
-Te estás metiendo en un terreno muy peligroso, niña. Nada de nuestra familia es asunto tuyo, aunque toda tú seas asunto nuestro. Tienes la opción de mantenerte al margen y permanecer viva o intentar entrometerte y morir a la primera de cambio.
Permanecí en silencio intentando averiguar su propósito.
-Mira, eres joven aún, no quiero que te pase nada y si andas de galanteo con Fiend, tarde o temprano, acabarás herida. - me miró con ternura y se acercó delicadamente a mí, sin dejar a un lado sus aires de prepotencia varonil; después, puso su mano en mi mejilla y la acarició con suavidad. Me sentí violenta e instantáneamente di dos pasos hacia atrás. - No me malinterpretes, es solo... No importa.  - pasó a mi lado y me dejó atrás mientras dirigía sus pisadas hacia la puerta.
-¿Tú también eres un vampiro? - rápidamente me di media vuelta. Él pareció sorprenderse.
-Así que ya lo sabes.
-No fue difícil de adivinar cuando casi me devoran la otra noche.
-¿Entiendes ahora lo que te digo? No merece la pena que por un entusiasmo pasajero ocurriera alguna tragedia.
-No has respondido a mi pregunta. - espeté firmemente.
-Eso es todo lo que te interesa, eh... - sus ojos se anegaron con desesperanza y rechistó. - Me estás comprometiendo... No es justo, joder. - salió de allí y me dejó plantada, con demasiadas preguntas. El portazo que siguió sus huellas me devolvió a la realidad.


Lo primero que hice nada más levantarme fue ir a visitar a Kory. No pasé por el comedor, ni saludé a nadie. Llevaba la flecha en la mochila. Al llegar me invitó a desayunar, se había informado de mi pasión por los tés y había comprado una cantidad considerable de cajas con distintos sabores. Tras hablar durante un rato sobre banalidades, se atrevió a iniciar el tema de la pasada noche.
-¿Cómo llegaste a casa la otra noche? - al decir aquello dejó el café en la mesilla frente a la televisión, giró el cuerpo dirigiéndolo a mí y esperó.
-Fiend me llevó. - di un sorbo a mi té de jengibre y canela y mantuve los labios sobre el borde de la taza, tratando de ocultar, a duras penas, mi rostro.
-¿Fiend? - enarcó una ceja.
-Uno de los chicos que iba aquel día en el Porsche.
-¿Cómo supo que estabas allí?
-Supongo que pasaría por allí, escuchó el alboroto y me encontró a mí. - de nuevo mojé los labios en la infusión y le observé detenidamente. No se movió un ápice.
-¿A esas horas? ¿En medio de ese revoltijo?
-Era revoltijo para nosotros que sabíamos lo que estaba pasando, pero cuando salí de allí con Fiend el bosque estaba tranquilo. -di otro sorbo al té, intentando no dirigirle la mirada en ningún momento.
-Pensé que me esperarías... - agachó su cabeza y la giró apoyando el pómulo sobre el hombro para intentar hilar su ojos con los míos. Alejé la taza de mi boca y la posé sobre la mesilla, mirando en otra dirección.
-Ya, lo siento, no supe que hacer. - tras pensarlo repetidas veces le miré. Él cambió el semblante, suavizándolo.
-No te preocupes, ya lo hice yo por ti al no encontrarte.
-Lo siento.
-Pensé que te había pasado algo, pero no lograba encontrarte en ningún sitio. -cerró los puños y después sonrió. Yo hice un gesto de aflicción y me recosté sobre el respaldo del sofá. Él me miró detenidamente y su rostro mostró desconcierto. - ¿No vas a preguntarme nada al respecto?
-Eh... - me incorporé casi de un salto. No caí en la cuenta de que al saber qué era lo que había pasado me lo estaba tomando con demasiada tranquilidad de la que debería en función de lo que yo pretendía hacerle creer a él.- Es que estoy atónita aún. No se qué preguntar exactamente.
-Pensé que esto sería más fácil o que, al menos, reaccionarías de otra manera.
-Me da miedo pensar en esos rojos ojos, mirándome... - simulé un escalofrío. Kory me abrazó. - Quiero que me cuentes todo sobre ti.
Kory se alejó poco a poco de mí y vi cómo se mordía el labio. Resopló.
-Espera aquí.
Se levantó de su asiento y desapareció de la sala. La verdad es que, aún sabiendo la naturaleza del problema de ayer, me interesaba su versión de los hechos. Di otro sorbo al té hasta acabármelo y le esperé. Atravesó la puerta con un enorme arco de madera maciza en la mano y una aljaba llena de flechas. Caminó hacia mí y se sentó de nuevo en su sitio.
-Mira, Alma, no soy una persona cualquiera. - tendió el arco y el carcaj sobre la mesilla y cogió de esta su cajetilla de cigarrillos. Se llevó uno de ellos a la boca y se lo encendió. - En mi último viaje a mi casa descubrí una serie de responsabilidades que me han tocado sin tomar ninguna decisión. - dio una calada y exhaló el humo que se interpuso entre nosotros nublándole el rostro. - La criatura de aquel... -hizo una pausa.- ¡Joder! No se por dónde empezar.
-A ver, te ayudo. - giré mi cuerpo hacia él. - ¿Qué era esa criatura de la otra noche? - él inhaló de nuevo humo y lo expulsó por la nariz.
-Aquel ser que nos atacó era un vampiro.
-¿Un vampiro? - intenté fingir nefastamente pero él no pudo apreciarlo ya que se encontraba demasiado concentrado en cada palabra que iba a pronunciar.
-Sí. No son como los de las pelis, estos no tienen control de sí mismos cuando tienen hambre y atacan a las personas inocentes. Se las comen y a veces las vuelven seres no muertos como ellos. Bastardos. - dio una profunda calada y exhaló el humo lentamente tratando de relajarse.
-¿Y tú qué tienes que ver con ellos?
- Yo los cazo. Soy cazador de vampiros. - mi cara de desconcierto habló por sí sola. - Yo antes no era así, pero cuando esos malditos mataron a mi hermana y volví a casa, mis padres me lo contaron todo. Al parecer, la sangre de cazador de vampiros lleva en mi familia muchas generaciones y mi hermana Alexia era una de ellos. Vino aquí a investigarlos. - terminó el cigarrillo y lo aplastó contra el cristal del cenicero con saña.
-¿Aquí? ¿Por qué? - fruncí el ceño.
-Porque, al parecer, no solo mi familia caza vampiros. Si no que hay muchas más.
-¿Quiere decir eso que existen vampiros en todo el mundo?
-No estoy seguro. Pero existe una especie de Hermandad, un Consejo donde llevan este tema lo más controlado posible. Y al parecer, se enteraron de la posible existencia de vampiros aquí y mandaron a mi hermana.
-¿Pero tú...? - tosí a causa del humo que bailoteaba alrededor de mi garganta.
-A mí me dieron un arco que, cuando me hubieron contado toda la verdad y recordé algunas experiencias pasadas, reaccionó a mi tacto y lució de la nada. - miró directamente a la mesilla.- Lo toqué y brilló. Sin más. Con la luz violeta más intensa que había visto nunca.
-Oh... - aquello me recordó al momento en el que al tocar la flecha morada en mi habitación, esta refulgió. ¿Quería decir aquello que yo...? Tonterías. Llevaría impregnada fragancia de Kory o algo similar.
-Se que es difícil de asimilar pero no hay otra explicación para lo que ocurrió la otra noche. Intentaba involucrarte lo menos posible y aún así esos cabrones no entienden una mierda. - me miró de reojo y no supe qué decir.
Aproveché el momento en que salió de allí para tocar el arco y las flechas, esperando una reacción al contacto pero nada ocurrió. Me decepcioné. Por un momento había soñado ser alguien diferente, alguien extraordinario con el poder de decidir sobre las vidas de los demás. Sin embargo, en tan solo un segundo volví a la dura realidad de ser el pequeño cordero entre lobos. Ante tal chasco decidí que debía asimilar todo lo que había sucedido a mi alrededor en mi intimidad y al grito de una despedida me marché de allí y me encaminé hacia "mi" casa.
Al llegar a la verja de la finca escuché una risa aguda, lejana y traviesa a mis espaldas. Me giré. Al final del camino de tierra, vi semiescondida, tras un árbol, la tétrica figura de una niña pequeña con el cabello negro, largo y liso, que sonreía maquiavélicamente mientras escondía un ojo tras la corteza y me miraba con la enorme pupila que devoraba el iris del ojo que dejaba al descubierto.

sábado, 11 de octubre de 2014

Capítulo dieciocho: decimoctavo presagio.

Unos dedos suaves rozaban mi rostro con suma delicadeza mientras yo volvía a tener conciencia. La misma melodía gentil y apacible que creí escuchar hacía no mucho tiempo, repiqueteaba en mis oídos, atiborrándolos de elegancia. Me ovillé entre aquel edredón que se sentía mullido y fresco. Hundí las mejillas en su esponjosidad. De nuevo, me acariciaron la cabeza. Esta vez abrí los ojos. Me encontraba en una habitación muy amplia. Sus paredes eran de un gris tan claro que parecía blanco nieve, tenía muchos espejos, pocos muebles, de madera policromada al blanco y al dorado. La cama en la que me encontraba yo era más grande que la típica cama de matrimonio convencional y reconocí la colcha que me rodeaba. Yo había estado allí antes. Frente a mí; Fiend, ya sin sangre en las manos, lucía una espléndida y lúgubre sonrisa saturada por los rayos del Sol, que atravesaban los huecos de la persiana como si lucharan en Vietnam. Una de esas traviesas centellas aterrizaba en uno de sus ojos, volviéndolo grisáceo y cristalino. Su pelo revuelto, en cambio, parecía más oscuro al no interactuar con ninguno de los rayos y sin embargo le hacía parecer un tanto estoico, sin dejar su sensualidad de lado. Se encontraba sentado en una silla de madera, recostado hacia atrás, con sus largos brazos juntos cayendo por el hueco que había entre sus piernas.
-Alma. - pronunció mi nombre con sutileza y se agachó hacia mí.
-¿Dónde...? - mi voz sonó áspera.
-Estás en mi habitación. - esbozó una sonrisa de medio lado.
-¿Qué pasó anoche? - me toqué el pelo, no parecía muy despeinado. Bostecé.
-¿Quieres que te traiga algo de comer? Has dormido mucho... - se levantó de la silla y se encaminó hacia la puerta de la habitación, al fondo, justo en frente de la cama.
-No, gracias. No tengo hambre. - miré a mi alrededor y vi, en la misma silla en la que se sentaba antes, mi ropa colgada sobre el respaldo. Levanté rápidamente el edredón y miré en su interior. Llevaba mi ropa interior, pero encima me habían colocado una especie de camisón corto, blanco, de seda. Sentí vergüenza y automáticamente lancé la parte que sostenía de la colcha hacia el final de la cama y me sonrojé. Error. Desde el final de la habitación Fiend me observaba con los cinco sentidos. De repente su semblante cambió y se encaminó hacia mí, grácil y refinado. No supe cómo reaccionar y me escondí debajo de las sábana y el edredón. Él rió desde afuera y se sentó a los pies de la cama.
-¿Has sido tú? - pregunté ofuscada.
-No, fue mi hermana Daeryn. - tras oír aquello me sentí aliviada y volví a destaparme.
-¿Qué ocurrió anoche? Y esta vez no me evadas. - le miré fijamente a los ojos. Él sostuvo la mirada y declaró.
-Ayer casi te matan. Tu amigo cazó a un novato de los nuestros, un neófito inexperto, y saltó la alarma. Mandaron a unos cuantos a encargarse del cazador pero cuando me enteré de quién era supe inmediatamente que estarías involucrada y fui a buscarte. Te encontré y los demás intentaron atacarte, te desmayaste y te traje aquí.
-¿De los nuestros?, ¿cazador?, ¿atacarme? - todas las piezas acabaron por encajar. - ¿Tú también eres uno de ellos?
-Sí. - automáticamente se dio la vuelta para que no le mirara a la cara. Yo gateé a través de la cama, le rodeé y me subí en su regazo. Le miré fijamente a los ojos y él me devolvió la mirada. Sus penetrantes pupilas me transmitieron confianza e instintivamente llevé mis manos hacia su boca y se la abrí. Él no opuso resistencia. Observé sus largos y afilados colmillos. Sentí miedo por un instante pero súbitamente lo perdí. Usé el dedo índice para introducirlo en su boca, y tocar uno de los colmillos. Con la boca abierta, y la cabeza alzada levemente, me miraba desconcertado.
-¿Quieres comerme? - dije sin pensar. Él pareció sorprenderse pero no hizo un gesto desagradable. De repente volví a la realidad: él estaba sentado sobre la cama, yo de rodillas sobre su regazo con un camisón corto de seda preguntándole que si quería comerme. Me ruboricé y gateé hacia otro lado de la cama lo más rápido que pude. Había metido la pata de la manera más horrorosa posible. Me puse nerviosa y me tapé mediocremente con el edredón.
-¿Me dejarías comerte? - contestó mirándome directamente a los ojos con decisión. Comencé a hiperventilar suavemente. Él rió. - Es mucho más complicado que eso... - Se levantó y caminó hacia la puerta.
-Lo siento. Lo he hecho sin pensar, no quería incomodarte. Entiende que sea raro para mí...
-Tranquila. - me interrumpió. - Será nuestro pequeño secreto. - sonrió pícaramente. - ¿Quieres que te lleve a casa?
-Te lo agradecería.
-Vale. Cuando estés lista avísame. Estaré aquí afuera. - abrió la puerta, salió de la habitación y cerró a sus espaldas. Suspiré aliviada y sumamente avergozada.
-Nunca me había sentido tan ridícula... - pensé en alto.

Cuando terminé de vestirme salí en busca de Fiend; que, tal y como había dicho, permanecería esperando justo afuera. Su casa era enorme, aunque el hecho de que estuvieran casi todas las persianas bajadas no me dio oportunidad de fijarme en el decorado. Anduvimos un largo recorrido hasta el garaje. Este era casi tan grande como la superficie de la casa del doctor Marquet. Habían cantidad de vehículos, desde antiguas motocicletas a deportivos de lujo. Caminó hacia un destacable Aston Martin Vanquish de color negro carbón. Tenía un acabado brillante y estaba tan limpio que alcancé a ver el reflejo de mi melena dorada, casi platina. Abrió la puerta del copiloto y esperó a que me sentara. Le miré y dudé. Él asintió y después cerró la puerta. Al montarse en el asiento del conductor me miró a los ojos.
-Nunca te fíes de un condenado. - arrancó el motor y nos mantuvimos en silencio todo el trayecto. Cuando paró frente a la verja él esperó a que bajara del coche y yo encaudé la situación a otro puerto.
-¿Por qué me atacaron?, es decir, ¿por qué a mí? - me desabroché el cinturón y giré mi cuerpo hacia él.
-Eres exactamente lo que ellos no tienen, Alma. - no me quedé satisfecha tras aquellas palabras pero intuí que no pretendía revelarme nada más. Hice un gesto de resignación y salí del coche. Aún con la puerta del deportivo abierta le miré.
-¿Volveré a verte pronto?
-No si quieres permanecer a salvo. - me guiñó un ojo y cerré la puerta.
Al llegar al pórtico de mi apartamento vi clavada en él una de las flechas de Kory. En la punta sostenía una nota. Arranqué la flecha rápidamente y miré en todas direcciones, esperando que nadie hubiera visto nada. Entré y recogí la nota: "Me urge saber que estás bien. Ven a verme cuando puedas. Ten en cuenta que si pasan más de dos días y no se nada de ti entenderé que no has vuelto a casa y te buscaré en cada confín. Pd: si eso supone llevarme por delante a más de uno y más de dos vampiros, será un gusto. Kory." Sonreí en la soledad del único momento de paz que había tenido en los últimos días y me senté en la cama. Agarré la flecha, que al contacto con mis dedos empezó a centellear a través de las inscripciones moradas. Las chiribitas rosadas y plateadas, que emanaban de las hendiduras, parecían interpretar el Cascanueces de Tchaikosvky y me quedé anonadada mirando aquel espectáculo lumínico hasta que, de repente, alguien golpeó la puerta.

Capítulo diecisiete: decimoséptimo hallazgo.

Un golpe seco me alejó de mi estado somnoliento y sentí retumbar el suelo. Palpé el sofá y no encontré a Kory. Poco a poco abrí los ojos, el salón estaba a oscuras y el único atisbo de luz emanaba de la nieve de televisión. Me levanté de allí y, a tientas, busqué el interruptor de la luz.
-¿Kory? - bramé. Mi voz sonó ronca. Nadie respondió.
Caminé lentamente esperando no tropezar con nada. Al llegar a la puerta toqué el marco para ubicar mi posición y escuché golpes. Seguí los ruidos; que, a medida que yo avanzaba iban siendo más fuertes. Conseguí adivinar que eran portazos mientras penetraba en el oscuro y eterno pasillo de aquella casa. Los tablones de madera del suelo chirriaban cada vez que daba un paso. Comencé a escuchar muchos golpes acercarse a mí violentamente.
-¡¿KORY?! - chillé. De repente aparecieron ante mí unos enormes ojos rojos, relucientes cual réprobo rubí, dieron un salto de casi dos metros y pasaron por encima de mí para estamparse contra una pared.
-¡Al suelo! - la voz de Kory provenía de la oscuridad infinita del corredor, pero aunque sonaba lejana, también lo hacía firme y decidida. Yo, confusa, obedecí sin llegar a procesar lo que acababa de oír, y cuando las yemas de mis dedos se hundieron en el húmedo barro que yacía esparcido sobre la madera algo refulgente atravesó el aire por encima de mi cabeza a gran velocidad. Escuché un quejido. Kory corrió hacia mí dando zancadas estruendosas y yo me di la vuelta sentándome con los pies y las manos apoyados en el suelo. Gateé insegura hacia atrás y; de nuevo, los ojos rojos se alzaron ante mí, a la altura de los míos y sentí cómo una terrible oscuridad inundaba su alma. Seguidamente, los ojos gruñeron en las tinieblas. Saqué el móvil de mi bolsillo y alumbré con la linterna mis piernas, las cuales temblaban al compás de la respiración entrecortada de mi cazador. De repente, un reguero de sangre serpenteó paulatinamente hasta mis deportivas, centelleando bajo el resplandor proveniente del teléfono. Sentí un escalofrío callejear a través de las vértebras de mi espina dorsal. Exhalé un sollozo involuntario y acto seguido me tapé la boca con ambas manos. El móvil cayó al suelo más allá de mis pies alumbrando hacia el techo y dejando entrever las facciones de un hombre famélico, cuyos huesos creaban sombras tan duras sobre su rostro que junto a sus iris escarlata formaban el semblante más maquiavélico y peligroso que había visto jamás.
-Ya eres mío... - musitó Kory. Aquel hombre esbozó una sonrisa malvada y acto seguido comenzamos a escuchar pisadas por toda la casa. - Vámonos. - me levanté dejando allí el móvil, Kory me agarró del brazo y tiró de mí hacia la puerta. Escapamos de allí como pudimos y a la luz de la luna vi a Kory correr con un arco a la espalda y un carcaj lleno de flechas en cuyo astil habían grabadas unas inscripciones con tinta violeta resplandeciente. Corrimos hacia el bosque y nos escondimos entre unos arbustos espesos. Allí Kory sacó de su bolsillo un pañuelo de terciopelo. En su interior había una cabeza de ajo.
-¿Ajo? - susurré.
-Shh... - apuró él mientras partía en dos su liliácea. - No hables. Restriégate esto por la cara y el cuerpo y pasaremos desapercibidos.
-Pero... - quise insistir, pero Kory me tapó la boca. Hice caso a sus indicaciones y de pronto la espesura comenzó a agitarse como si una estampida estuviera atravesando su forraje sin apenas rozarlo.
-Espera aquí, volveré a por ti, te lo prometo. - me besó la frente y desapareció entre las hojas. Esperé un par de minutos sin moverme, sin decir ni una palabra, tan solo mirando a través de las ramas y tratando de descubrir lo que estaba ocurriendo. Me importunó sin previo aviso un álgido viento entrometiéndose entre mi ropa, forzando a mi piel a erizarse, y repentinamente me sentí observada. Escuché alaridos desgarradores que provenían de todos lados e instintivamente fui girando mi cabeza, poco a poco, hasta descubrir si alguien aguardaba a mis espaldas. La tenue luz que traspasaba las copas de los titánicos pinos descubrió la figura descolocada de un hombre que apenas llegaría a los cuarenta. Me quedé estática esperando su reacción. Él se acercó a mí lentamente, atravesando los haces lunares que revelaron unos rojos ojos mate que me miraban con fervor.
-Delicioso... - abrió la boca para relamerse los labios y la evidencia que había estado ignorando todo este tiempo relució nívea destapando su forma. La afilada punta de sus colmillos refulgió durante un instante. Me sobrecogí. - Eres solo para...¡MÍ! - fue a abalanzarse sobre mí cuando de repente vi su cuello torcerse casi ciento ochenta grados. El crujido de la vértebra sentenció su final. Vi cómo su cuerpo se derretía entre las sombras y caía hueco sobre la hojarasca. Estaba atónita.
-¿Qué haces aquí?  - Fiend apareció de entre las sombras. - Mejor no hables. Dame la mano.  - me tendió su mano, amplia, delgada y casi tan pálida como yo en aquel momento. Yo se la estreché temblorosa.
-¿Has sido tú? - él me ayudo a levantarme mientras yo le agarraba con fuerza.
-Sí. Y no quiero tener que volver a hacerlo. Vámonos. - tiró de mí y yo le seguí. Sabía exactamente por dónde moverse, qué pasos dar y cuándo darlos para pasar desapercibidos entre aquel pandemónium paradójicamente imperceptible. Me apené por Kory, sin embargo temía quedarme allí sola, expuesta al peligro.
-¿Por qué se han revuelto? - pregunté indecisa.
-Tu amigo les ha provocado. - soltó irritado.
-¿Kory? - entrecerré los ojos para agudizar la vista y justo en ese instante él paró en seco. Pisé una rama que chascó más de lo normal y escuché a alguien relamerse a mis espaldas. De pronto, Fiend se dio media vuelta y de un revés le desarticuló la mandíbula a otro de esos monstruos. La víctima gimió pero continuó con su plan de asaltarme. Fiend lo detuvo cuando me rodeó con elegancia y desenvoltura, e introduciéndole la mano en el pecho, le arrancó el corazón y lo lanzó sobre la opaca superficie natural. Abrí los ojos de par en par. Me llevé las manos a la boca e instintivamente salí de allí corriendo. Fiend suspiró a mis espaldas y corrió en mi busca. Tardó apenas un segundo en alcanzarme, cogerme de la mano y frenarme.
-¿Te he asustado? - se llevó la mano a la boca y me besó los nudillos. Sentí latir mi corazón, con miedo y vigor, y no supe responder. - Lo siento. - tiró de mi brazo hacia él y me abrazó aplastándome contra su pecho. - Pero debemos salir de aquí.
Fui a intervenir, desconcertada, pero en su lugar estornudé. Antes de querer darme cuenta, Fiend me había soltado y le había arrancado un brazo a otra criatura semihumana. Miré a mi alrededor y vi una cantidad incontable de ojos rojos dirigidos a mí. Comencé a hiperventilar.
-¿Fiend? - mi voz sonó entrecortada e inquieta. Él se dio la vuelta y se puso delante de mí para protegerme. De repente, todos los ojos rojos se desvanecieron en la negrura, y la presión en mis arterias me hizo desfallecer. Mi vista se nubló y la imagen se fue alargando y desplazando hacia arriba hasta que observé la absoluta e incondicional oscuridad.

martes, 7 de octubre de 2014

Capítulo dieciséis: decimosexta pieza.

-¿Qué ha sido eso? - susurré.
-No lo se, pero corre. - me cogió de la mano y salimos corriendo en dirección contraria.
-¿Y Rosh? - corría todo lo rápido que podía pero Fiend lo hacía mucho más deprisa y tiraba de mí demasiado fuerte.
-Estará bien, confía en mí.
Dimos un rodeo no muy grande y acabamos al principio de la carretera interurbana que se encontraba cerca de la casa de Kory. Allí apareció el Porshe a velocidad de vértigo. Paró frente a nosotros. Rosh, al volante, tenía sangre en las manos, en la camiseta y en la cara.
-¿Qué te ha...? - Fiend abrió la puerta de atrás y me empujó dentro del vehículo.
-La culpa es tuya. - alegó Rosh sin inmutarse, irritado.
-Una mierda, no saben controlarse. - contestó Fiend.
-¿Qué ha pasado allí abajo? - pregunté, sin embargo parecieron ignorarme.
-Joder, hermano.
-Esto ha sido inusual. - Fiend golpeó el salpicadero con el puño cerrado.
-Lo tenía planeado. -refunfuñó su compañero.
-¿Hola? ¿Me queréis decir qué ha pasado? ¿Por qué tienes sangre? ¿Estás bien? ¿Quién tenía planeado el qué?
-Cállate, me estás poniendo nervioso. - Rosh conducía demasiado deprisa y yo aún seguía demasiado exaltada.
Frenó y me instó a bajar. Miré por la ventanilla, había parado frente a mi antigua casa.
-Yo ya no vivo aquí.
-¿Qué? No me jodas...- gruñó Rosh.
-Cálmate, pecho lobo.
-Vivo en una finca afuera del pueblo, terreno de la familia Marquet.
Arrancó de nuevo y me llevó directamente a mi destino. Al llegar me bajé del vehículo y observé la verja desde afuera. Fiend se bajó detrás mía y se acercó a mí.
-Oye, ten cuidado. No le cuentes a nadie lo que ha pasado esta noche.
-¿Qué era eso?
-Algunos los llaman no-muertos, otros los llaman demonios...Yo los llamo condenados. Cuídate, ¿vale?
-Pero... - le rogué respuestas con la mirada.
-Ya hablaremos de ello, pero ahora no es el momento. - se acercó a mí y me despeinó con la palma de la mano. - Vete a casa. - caminó hacia el coche y se montó en el asiento del copiloto.
-Volveréis a por mí, y si no, os buscaré y os mataré. - esbocé una sonrisa forzada y me di la vuelta.
Escuché rugir el motor del deportivo y el coche desapareció a mis espaldas. Introduje la llave en el candado de la verja y corrí hasta mi apartamento para tirarme en la cama y descansar.


Durante dos días me mantuve prácticamente recluida en mi habitación leyendo novelas de suspense. No por miedo a lo que había pasado aquella noche sino porque no había tenido contacto ni con Fiend, ni con Kory y no tenía nada mejor que hacer. De vez en cuando salía a socializarme con el resto de miembros de mi nueva familia y hasta resultaba agradable. Aún así, mi madre y el doctor pasaban mucho tiempo en el hospital, pues le escuché decir que un tipo de anemia, al parecer, grave; estaba afectando a algunos habitantes de los pueblos vecinos y tenían mucho trabajo. Al tercer día decidí salir a comprar algunas cosas al pueblo como tés, cactus y más libros, y a ver si por fortuna, me encontraba con alguno de mis supuestos amigos.
Complaciendo mis deseos encontré a Kory cruzando la calle y me encaminé hacia él disimuladamente. Él, al verme, no dudó en acercarse.
-Alma...
-Oh, hola. - miré hacia otro lado.
-Quería disculparme por lo del otro día, aún no he superado lo de mi hermana del todo y me alteré, se que estuvo fatal comportarme así, sabes que yo soy un caballero... No supe controlarme y lo siento, llevo pensándolo estos días y estoy muy arrepentido.
-Lo entiendo, no te preocupes, pero no comprendo qué relación tenía con lo que yo te estaba contando.
-Es que, verás... - puso su mano sobre mi hombro. - No puedo hablar de eso ahora mismo, pero si quieres que te lo cuente podríamos quedar en mi casa, donde nadie nos pueda escuchar.
-Mmmmh... Sí, no veo por qué no. - sonreí brevemente. - Pero con una condición.
-Claro, lo que sea. - retiró la mano de allí y se la llevó a la nuca.
-Tienes que prepararme una cena exquisita. - reí y él rió conmigo.
-No soy muy buen cocinero, pero... trato hecho. - me tendió la mano derecha con un gesto dubitativo en el rostro y yo se la estreché como pude con la mía llena de bolsas. - ¿Esta noche?
-De acuerdo.
-¿Te parece bien a las nueve? - sonrió como  el día en que le conocí.
-Perfecto. ¿A las nueve en tu casa?
-Te estaré esperando. - al decir aquello continuó su camino en dirección contraria y yo me dirigí a casa a prepararme para la cena.
Al llegar a casa de Kory esperé frente a la puerta un par de segundos antes de llamar mientras me acicalaba el pelo. Después llamé al timbre y él mismo fue quien abrió. Al verme pareció sorprenderse. Se había peinado con gomina y llevaba un trapo de cocinero en el hombro.
-Estás muy guapa. - me señaló que podía pasar.
-Gracias. Te he traído un regalo. - entré y le enseñé un cactus pequeño que llevaba en mis manos.
-Oh, muchas gracias, Alma. Me encantan los cactus. - lo cogió por la maceta y se dirigió a alguna parte. Yo le seguí. Entramos en lo que parecía su salón y colocó el cactus junto a la ventana.  A un metro escaso de la ventana había una mesa de comedor. En ella habían colocado un mantel de estampado nevado, unas copas de vino, cubiertos perfectamente colocados y una vajilla antigua con un motivo floral dibujado, probablemente a mano, sobre la porcelana. Aquella imagen me dio escalofríos. ¿Aquello era una cita? Como las de las películas románticas en las que cenan canard à l'orange, se dicen lo mucho que se gustan mientras beben vino y al final acaban enamorados, en la cama de alguno de ellos. Esa idea no me gustaba en absoluto. Dudé por un instante en si debía marcharme de allí, sin embargo, sería mucho más sencillo y correcto explicarle a Kory que mi idea de una cena era otra cosa totalmente diferente.
-¿Te gusta el pato? - gritó desde la cocina.
"Mierda" pensé. ¿Cómo debía reaccionar? No era esto lo que yo tenía pensado.
-No lo he probado nunca.
-Pues entonces te va a encantar.
-Oye, ¿tus tíos dónde están? - me quité la chaqueta y la apoyé sobre el respaldo de una de las sillas.
-Veraneando en el norte. Se ve que no les gusta el calor. - su voz sonaba cada vez más cerca, pues traía la comida en una bandeja. Me miró indeciso.
-Oye Kory...
-Dime. - sus ojos me transmitieron temor al oír aquellas palabras.
-Esto no es precisamente lo que yo tenía pensado...
-Ah, ¿no? - suspiró aliviado.
-No.
-No sabes qué alegría me das. Llevo toda la tarde buscando en internet qué preparar como cena para dos y me han salido todo tipo de respuestas y he acabado en una receta de pato a la naranja en la que ponía que acompañarlo de vino era la mejor opción, que a mí me parecía una ridiculez todo esto, pero no sabía si a ti te iba a gustar...
Sonreí.
- ¿Tienes pizza?
-Claro. La caliento en un momento. Puedes quitarte los zapatos y tumbarte en el sofá. - corrió a la cocina con una sonrisa de oreja a oreja y apareció minutos después con una pizza hecha en el microondas y dos botellines de cerveza. Dejó todo en la mesita de café y se sentó conmigo en el sofá.
Me contó que la noche que encontramos a su hermana, cuando inspeccionaron su cadáver encontraron pelos negros y un montón de rosas negras a su alrededor. Además, pasamos la noche hablando de muchas cosas más que no nos ponía triste a ninguno de los dos hasta que me quedé dormida en su hombro mientras me contaba la historia de un joven repudiado por su familia que vagó por las ciudades en busca de algo que comer y acabó descubriendo que era un legendario cazador de vampiros...

lunes, 6 de octubre de 2014

Capítulo quince: decimoquinto enigma.

El té en aquel lugar sabía fantástico. Se mezclaban en mi paladar la dulzura de la canela molida recién recolectada en los campos de Sri Lanka con la robustez del té negro y su nebulosa conspiración de sensaciones. No tan suculenta era mi conversación con Kory. No le convenció mucho mi respuesta cuando me preguntó de qué conocía a aquellos chicos que iban en el coche y desde entonces apenas parecía interesarse por lo que le contaba. Desde aquella terraza podía observar la fuente que no veía desde el día en que allí mismo se sentó Lucrecia con su vestido blanco.
-A propósito, antes no terminaste de contarme lo de Lucrecia. - perdí la conexión con mi mundo particular y tardé en articular lo que acababa de decirme. Le miré durante unos instantes y después dije:
-Ya, nos interrumpieron.
-¿Y bien? Decías que la noche en que desapareció se presentó en tu casa.
-Sí. - di un sorbo al té. - Llamó a mi puerta acompañada de un chico muy guapo, tenía el pelo negro, no muy corto y era bastante alto.
-¿Le conocías de algo? ¿Te sonaba de haberle visto por el pueblo? - pareció interesarse por mi testimonio y apoyó los dos codos sobre la mesa de metal.
-No. Por eso te estoy diciendo esto. No le conocía de nada y tampoco me dio buena espina.
-¿Qué te dijeron?
-Pues, en realidad, Lucrecia vino a decirme que le había dicho a su madre que dormiría en mi casa y que si llamaba yo debía decirle que Lucrecia ya dormía y que volvería a casa a las once. Después, él le dijo que mejor a las siete y ella asintió sin más. Después se fueron y al día siguiente ocurrió lo de su madre y vinisteis a mi casa.
-¿Cómo dijiste que era el chico? - sacó una libreta de su bolsillo y agarró un bolígrafo.
-Alto, tenía el pelo negro, más bien corto, la voz dulce...¡Ah! Y tiró sobre el pavimento una rosa negra. - al oír aquello se le abrieron los ojos de par en par y cerró los puños.
-¡¿QUÉ?! - se levantó y volcó la mesa de un empujón. Me miró con desprecio y los demás clientes nos observaban intimidados.
-¿Qué he dicho? - me asusté.
-¡¿Por qué demonios no lo dijiste antes?! ¡Mi hermana podría estar viva ahora! - dio una patada a la mesa, que yacía en el suelo junto a los platos y las tazas hechas trizas en el suelo, y después salió de allí con presteza y vigor.
El responsable del local salió a ver qué había ocurrido y tuve que disculparme por él y, gracias a la comprensión de aquel hombre, tan solo tuve que pagar la cuenta en lugar de también el destrozo. Deambulé por el pueblo un par de minutos pensando qué podía hacer antes de regresar a mi nuevo "hogar" y acabé decidiendo ir al río.
Aún era pronto para pasar por allí y más si iban a quedarse hasta la noche. Algo dentro de mí me aconsejaba no acercarme, sin embargo, otra parte en mi interior me incitaba a pasar con ellos un rato. Caminé durante una hora hasta llegar al lugar que me habían indicado y vi entre los árboles una poza del río inundada por la sombra de unos sauces llorones en la cual se refrescaban Fiend y Rosh.  Al acercarme andando notaron mi presencia y ambos se giraron.
-Hola. - dije rápidamente.
-¡Alma! Acércate. - Fiend me tendió una mano a lo lejos. Bajé una pequeña ladera que había antes de llegar hasta él y miré a mi alrededor. Una brisa cálida meció mi cabello en dirección río abajo y me aparté un mechón de la boca.
-No podías resistirte, eh. - comentó Rosh.
-No tenía nada mejor que hacer. - respondí mientras me sentaba sobre broza.
-¿Y tú cita? - Rosh sonrió pícaramente.
-No era una cita, tranquilo, ya se que te mueres por mis huesos. - le guiñé un ojo y reí. Ellos rieron también y se miraron.
-¿Qué, te apetece bañarte con nosotros? - Fiend se dirigió a mí caminando mientras las gotas de agua resbalaban por su torso desnudo, rodeaban su ombligo y desaparecían en los cordones de su bañador. Sentí un cosquilleo en el pecho.
-No, la verdad es que no he traído bañador, solo venía a charlar un rato con vosotros. - miré a Rosh y este miró a Fiend. Ambos sonrieron maliciosamente y salieron corriendo en mi dirección. Yo instintivamente comencé a correr para huir de ellos pero enseguida me atraparon.
-¡Soltadme! ¡Ni se os ocurra tirarme al agua! ¿Me habéis oído? - grité exasperada. Rosh le tendió su parte de mi cuerpo a Fiend y él me colocó en su hombro como si fuera un saco de patatas. Le golpeé la espalda con los puños a medida que se acercaba a la orilla del río, pero, a decir verdad, creía hacerme más daño yo de lo que podía hacerle a él. De repente dejó de andar.
-¡PARA FIEND! - intenté resistirme una vez más pero fue inútil. Me incorporé y él se las apañó para cogerme por las axilas como si fuera un bebé y me miró a los ojos. Perdí la fuerza al sumergirme en sus zafiros que destacaban frente a su flequillo de mármol. Él enarcó una ceja y seguidamente me hundió en su pecho y saltó al agua. Abrí los ojos y le vi mirándome fijamente, me acarició la mejilla y mantuvo su mano en mi rostro. Le observé durante unos segundos hasta que empecé a quedarme sin aire y nadé hacia la superficie. Al salir, Rosh se estaba riendo y me saludó desde tierra firme. Al instante apareció Fiend a mi lado.
-Refrescante, eh.
-Humph. -rechisté y nadé hacia la orilla. Salí del agua y a pesar de ser consciente de que mi ropa se llenaría de barro me tumbé sobre la maleza. Miré al cielo, estaba anocheciendo. Rosh gateó hasta mí y se tumbó a mi lado. Se oía a Fiend nadar.
-¿Por qué te fías de nosotros? - preguntó.
-Me caéis bien.
-¿Sin más?
-Sin más. - le miré. - ¿Por qué lo preguntas?
-No solemos caerle bien a nadie, supongo que acabarás descubriendo por qué.
-Sois buenas personas. - vi cómo Rosh soltó una risotada socarrona. - Fiend habría podido violarme en muchas ocasiones - abrió los ojos de par en par. - y sin embargo no lo ha hecho. Y tú también podrías haberme hecho cualquier cosa el día que viniste a mi casa a entregarme el panfleto y lejos de eso ni siquiera pensaste que podría estar sola. ¿Me equivoco?
-Eres directa, eh. ¿Ha de violarte o atacarte alguien para ser una mala persona? - me miró. Sus profundos ojos violetas me intimidaron al encontrarse tan cerca de mí y me sonrojé, inmediatamente volví a mirar al cielo para que no lo notara.
-Sí.
-Yo no lo creo así. Hay muchas otras razones, más... - hizo una pausa.- oscuras, por las que un hombre puede ser malvado. - acto seguido colocó sus brazos detrás de su nuca como almohada.
-¿Intentas asustarme? - me incorporé y miré a la poza, Fiend ya no estaba.
-¿Lo he conseguido? - Rosh se incorporó también y advirtió lo mismo que yo. - ¿Y Fiend?
-No lo se. - el cielo ya se había vuelto nocturno. Una bocanada de aire gélido heló mis entrañas aún caladas por la humedad de mi ropa. A nuestro alrededor los árboles y las plantas se movían y se escuchaban pasos.
-Quédate cerca mía. - susurró Rosh. Yo obedecí y me pegué a él, espalda con espalda. Un estruendoso ruido comenzó a escucharse tras de mí, me giré y una gran sombra se abalanzó sobre nosotros. Rosh me empujó con fuerza en dirección contraria a él y cuando estuve a punto de caer al suelo alguien me cogió por detrás y me tapó los ojos con suma delicadeza.
-Tranquila, no grites, soy yo, Fiend. - reconocí su aterciopelada y tétrica voz musitando mi oído.- No te muevas. No hagas ningún ruido.
Seguía tapando mis ojos mientras escuchaba algo desgarrarse, cosas golpear al suelo, gritos afónicos, gruñidos... Me estaba poniendo nerviosa. Comencé a forcejear, no me sentía segura con esa ceguera superficial. Algo bufó a lo lejos al darse cuenta de mi presencia y corrió hacia mí.
-Mierda. - Fiend me destapó los ojos y se puso delante mía. Estabamos escondidos entre unos matorrales frondosos. Entre su brazo derecho y su cuerpo alcancé a ver a una persona humana correr sobre sus cuatro extremidades, con los ojos rojos y la boca dislocada. Estaba atemorizada, mi cuerpo estaba paralizado y solo pude agarrarme al bañador de Fiend con fuerza mientras observaba a aquel ser galopar hacia nosotros. Fiend tomó posición de ataque pero cuando estuvo a punto de alcanzarnos, fue derribado por una flecha directa en el corazón, una flecha que emanaba luz violeta.

Capítulo catorce: decimocuarta divergencia.

El Sol se hizo paso por mi habitación hasta atizarme en la cara con un intenso calor. Aquello me desveló y no tuve más remedio que despertarme. Remoloneé entre el edredón un par de minutos hasta recordar la llamada y los golpes en el cristal. Miré instintivamente a todas las ventanas, se encontraban intactas e impolutas. Suspiré. Había dormido maravillosamente bien. Aquel lugar me gustaba. Me vestí con ropa de calle y me dirigí a socializarme con el resto de inquilinos.
Al entrar en el edificio principal una bocanada de aire mentolado llenó mis pulmones. El hall lucía un espléndido suelo de madera de nogal cobriza que continuaba escaleras arriba. Estas se acompañaban de unas barandillas cuyos balaustres tenían forma de reloj de arena y seguían una estructura convexa a ambos lados hasta el final del pasillo del piso superior. Ante mis obnubilación me recibió una mujer humilde.
-¿Puedo ayudarla, señorita Alma? - su voz sonó hogareña y gentil entre sus ropas distinguidas.
-Busco el desayuno...
-Claro que sí, acompáñeme. - sonrió pasiva y comenzó a andar. Yo la seguí a través de todas las puertas de madera y los ostentosos decorados de la casa. Tras atravesar varias salas colocadas cual laberinto, llegamos a un comedor decorado con los mismos tonos cobre que el hall. Allí había una mesa amplia con multitud de sillas en las cuales estaban sentados el doctor Marquet, su hijo y mi madre, todos tomando el desayuno. Me senté al lado de Isaac, frente a mi madre, que se sentaba al lado del doctor.
-Buenos días, cielo. - mi madre sonrió dulcemente y después le agarró la mano a su querido.
-Buenos días, Alma, espero que la habitación sea de tu agrado y que hayas dormido bien.
-Sí, la verdad es que sí, muchas gracias por tu comprensión, Izan. - le miré dubitativa y él me respondió con una sonrisa amable. Observé la mesa. Había leche, zumos, bollos, pan y variedad de alimentos con las que acompañar el desayuno. Con vergüenza alcancé los cereales y vertí leche en ellos. Un haz de luz muy delgado traspasó las cortinas de la sala y atravesó la taza de cerámica blanca hasta dividirla en dos. El polvo flotante bailaba un vals sobre mis cereales, que a la luz del Sol, parecían hechos de oro. Hundí la cuchara en la mezcla y miré a los demás.
-Nena, esta tarde Izan y yo iremos a hacer un picnic al bosque, Isaac dormirá hoy en casa de un compañero de clase y nosotros volveremos tarde.
-Si volvemos... - interrumpió el doctor entre risas cómplices. Mi madre le secundó.
-El caso es que si vas a salir, dínoslo lo antes posible para que te demos las llaves o para que la ama de llaves se quede despierta hasta que regreses.
-Sí, probablemente salga a dar una vuelta por el pueblo, tengo que ver a alguien, pero no tardaré en venir, no creo que sea necesario que se quede despierta por mi culpa. Volveré pronto. - aclaré con la cuchara a rebosar a punto de entrar en mi boca.
-Espera, mejor ten las llaves. - Izan rebuscó en su bolsillo y me lanzó un llavero de metal con tres llaves. - La grande es la de la verja, la pequeña de tu apartamento y la cuadrada la del edificio principal, por si tienes hambre y quieres venir a la cocina.
Cogí las llaves al vuelo pero dejé caer la cuchara al suelo del susto.
-Gracias. - me agaché a recogerla y la dejé sobre la mesa.
-¿Te traigo otra? - se ofreció Isaac.
-No, gracias, ya he terminado. - sonreí y me levanté. Al salir por la puerta escuché a mi madre decirle al doctor que tardaría en acostumbrarme. Suspiré y salí de allí. El Sol iluminaba cada átomo del forraje y aquel jardín parecía el edén. Me descalcé y sentí una mullida cubierta en las plantas de los pies. Caminé así hasta mi apartamento, allí guardé mis cosas en una mochila y me cambié de ropa. Después, salí de allí y me dirigí a la que era la casa de Kory.
Al llegar me recibió en la entrada.
-Llevo esperándote un rato.
-¿Sabías que iba a venir? - me acerqué a él lentamente.
-Me llamó mi madre esta mañana diciendo que anoche la despertó el teléfono. - rió.
-Lo siento. - sonreí. - ¿Por qué has vuelto? - le miré fijamente a los ojos. Estos se habían vuelto más fríos desde la última vez que los vi.
-El destino me ha traído aquí de nuevo, supongo. - se frotó el pelo con la mano izquierda y se sentó en una piedra que decoraba la entrada a su casa.
-¿Supones? - enarqué una ceja.
-Es... complicado. - miró al horizonte.
-Comprendo. - agaché la cabeza y vi su bolsa de uniforme. - ¿Has vuelto al cuerpo?
-Sí, no se ni cómo me han aceptado mi reincorporación...
-El destino.
Kory bufó. Se colocó la bolsa en el pecho y sacó una cajetilla de cigarrillos de esta. Agarró un cigarrillo y se lo llevó a los labios. Después sacó un zippo y me miró mientras el humo del cigarro se convertía en una barrera traslúcida entre ambos.
-¿Quieres ir a tomar algo? - espetó y dio otra calada a su pitillo.
-Sí, claro. - me giré hasta darla la espalda. - La verdad es que quería hablar contigo sobre algo desde hace tiempo...
-¿Conmigo? - avanzó hasta alcanzarme y comenzamos a andar dirección al pueblo.
 -Sí, me da reparo decírtelo, o sea, no es que no confíe en ti, es solo que a lo mejor no tiene importancia y yo le estoy dando demasiadas vueltas y...
-Eh, eh, tranquila. - me acarició el pelo.
-Verás, creo que los nuevos inquilinos tienen algo que ver con los asesinatos de Lucrecia y de... - le miré antes de cometer un error.
-Sí, de Alexis, puedes decir su nombre, no vas a incomodarme. - contestó mirando al frente.
-De Alexis.
-¿Y por qué crees eso? - le dio la última calada y lo lanzó lejos con un ingenioso juego de dedos.
-Verás... - tragué saliva. - La noche en que Lucrecia desapareció se presentó en mi casa acompañada de...
El sonido de un coche a gran velocidad pisó mi voz y nos alcanzó en el camino. Al vernos frenó en paralelo a nosotros y Kory reaccionó parándose frente a la puerta del copiloto. Bajaron la ventanilla y descubrí, dentro del vehículo, a Fiend y a Rosh. Kory les miró desafiante.
-¿Queréis algo? - la voz de Kory se mostró dura.
-¡Alma! - gritó Rosh desde el asiento del conductor. - ¡Qué sorpresa!
-Hola... - contesté. Kory me miró de reojo.
-Dime que no tienes planes. - intervino Fiend y me miró directamente a los ojos.
-La verdad es que sí.
-Está conmigo. - terció Kory.
-Una pena. Nosotros vamos a divertirnos al río que hay bajando por esta carretera, si cambias de opinión puedes pasarte a saludarnos. - sonrió Fiend y después, subió la ventanilla de modo que cubrió su rostro excepto sus ojos.
-Estaremos hasta la noche. - añadió Rosh. Y mientras Kory no dejaba de mirar a Fiend, este le dedicó una mirada inquisitiva que se perdió en el aire cuando el Porsche desapareció en el horizonte.

sábado, 4 de octubre de 2014

Capítulo trece: decimotercer augurio.

El Dr. Marquet poseía un complejo de residencias bastante ostentoso a las afueras del pueblo. Estaba relativamente cerca de mi casa por lo que mi madre y yo acabamos mudándonos allí. Me sentía agradecida pues, el doctor entendía que al no haber intimado en demasiadas ocasiones con ellos pudiera sentirme incómoda en aquel lugar, por lo que me dejó instalarme en uno de los pequeños apartamentos paralelo al caserón principal hasta que adquiriera la confianza suficiente para ocupar una habitación próxima a los demás. Aquel lugar cercado me resultaba tranquilo y alegre y gracias a la amplitud de terreno no me hacía falta salir del recinto para tomar el aire y dar un paseo. Me sentía segura.
Mi nuevo apartamento era increíblemente luminoso. Sus paredes eran blancas y el parqué, con su tono beige grisáceo, le daba un aura de tranquilidad inquebrantable. Por fortuna, el apartamento poseía un baño adyacente a él, muy espacioso, por lo que no tenía que moverme de allí más que para desayunar, comer o cenar. La habitación poseía unos grandes ventanales de cristal sin cortinas y estaba formada por una cómoda de madera blanca, una cama tradicional de matrimonio con una bonita colcha blanca, un tocador que incluía un espejo redondo, alfombras y un enorme armario que a su vez hacía la función de vestidor, también hecho de madera tintada de blanco.
Me tumbé en la cama y miré al techo. Paz, serenidad. Me decidí a colocar mis pertenencias y cuando hube terminado salí a caminar por la parcela. Aquel lugar era terriblemente acogedor. Un impecable césped recién cortado, unos árboles frutales variados dispersos por toda su extensión, algunas pequeñas fuentes naturales, decorados con piedras, flamencos y pequeños gnomos de jardín... Después de lo que había pasado estos días atrás, aquello me resultaba el paraíso. Me acerqué a un naranjo que había cerca y me senté sobre su sombra. La brisa acariciaba mis mejillas con suavidad y el Sol en su fase de descender, se ocultaba parcialmente tras una montaña a lo lejos. Sin darme cuenta, un pequeño labrador de color dorado se acercó a mí y empezó a lamer mi mano derecha. Le miré, él movió la cola de un lado a otro mientras dejaba caer su lengua por el lateral de su mandíbula. Le acaricié la cabeza y después, las orejas. Se abalanzó sobre mí y se tumbó en mi regazo. Cerré los ojos y continué acariciándole hasta quedarme profundamente dormida.


Desperté a causa de que un frío viento me caló hasta los huesos. Somnolienta advertí que el labrador  había desaparecido. La luna resaltaba en aquel cielo negro plagado de estrellas. Me froté los brazos y me levanté. Caminé hacia mi apartamento y me metí en la cama apenas inconsciente. En la mesilla de noche había un papel: "Cariño, alguien llamó a casa ya entrada la tarde preguntando por ti. Le dije que nos mudábamos y me dio su número de teléfono para que le llamaras cuando pudieras, dijo que se llamaba Kory. xxxxxxxxx Mamá." Cerré los ojos y volví a abrirlos instantáneamente. Tenía también un teléfono en la mesilla, me incorporé y lo agarré. Marqué el número y esperé.
-¿Sí? - contestó una mujer mayor.
-Perdone, llamaba preguntando por Kory. - contesté con voz ronca.
-¿De parte de quién?
-Soy una amiga del pueblo... - antes de que terminara, la mujer la interrumpió:
-Sí, ya se. No, Kory se marchó nada más anochecer hacia allí, supongo que habrá llegado ya al pueblo. Podrás encontrarle en casa. Buenas noches, jovencita.
-Gracias. - musité.
La mujer colgó y apareció en el teléfono la hora: las tres de la madrugada. Me acosté de nuevo e intenté dormir. Cuando ya no tenía control sobre mi cuerpo, escuché fugazmente cómo alguien o algo golpeaba el cristal de uno de los ventanales de mi habitación....

domingo, 6 de julio de 2014

Capítulo doce: duodécima sospecha.

Tras varios fines de semana sin muertes, sin volver a verle y sin noticias de Kory, mi madre lucía una espléndida sonrisa cada vez que iba a trabajar y volvía a casa con el suspiro de una adolescente. Ya había pasado mucho tiempo desde que papá nos dejo y mi madre no acababa de recuperarse. Era increíble el cambio que había pegado y sobretodo, era increíble ver que había recuperado la ilusión. El problema era que quizá, tras centrarse demasiado en su nuevo aliciente apenas hacía caso a su única hija que, por unas o por otras siempre acababa sola. Aunque aquello no suponía un gran obstáculo para mí. No podía ser egoísta con ella y yo ya estaba acostumbrada a que Tinnitus fuera mi fiel compañero.
La casa estaba sorprendentemente revuelta y mi madre trataba de disuadirme cada vez que tenía intención de hacer una limpieza a fondo. Sus numerosas citas con el doctor hacían que estuviese siempre fuera de casa y fuera yo quien tuviera que encargarse de las tareas domésticas. Aquello me venía como anillo al dedo pues, al fin y al cabo, estaba entretenida y apenas lograba tener tiempo para pensar en Lucrecia, en Alexia, en Fiend o en Rosh...

Una tarde como otra cualquiera mi madre se arreglaba para salir. Sin embargo, al contrario que otros días, este decidió llevarme a mí con ella. Alegó que era necesario pues el doctor también era viudo y tenía un hijo y puesto que su relación iba tomando forma, debíamos al menos tener una primera toma de contacto para amenizar nuestra incómoda relación. Así que, no muy conforme con sus argumentos aunque intentando complacerla, me vestí y la acompañé. Por suerte, el doctor era buen degustador gastronómico y nos llevó a un magnífico y caro restaurante en un pueblo cercano.
El señor Marquet resultó ser una persona muy agradable y comprensiva. Además, por los ojos de ternura con los que observaba a mi madre no podía ponerle ninguna pega. Su hijo, en cambio, lejos de parecerse a su padre, era una persona arisca y lacónica. Apenas compartimos un par de palabras.
Tras la singular cena, nos llevaron por sorpresa a un distinguido club de baile. Mi madre y el doctor, a quien me hicieron llamarle a partir de aquel momento Ízan, encontraron en la pista un lugar perfecto para no dejar de bailar en toda la noche. Su hijo desapareció enseguida y yo me quedé sentada en la barra pidiendo refrescos sin alcohol. Mi aburrimiento era tal que estuve a punto de dormirme en tres ocasiones. De vez en cuando las camareras me contaban algún cotilleo o intentaban hacerse las graciosas pero nada de ello borraba la indiferencia de mi rostro. Apoyé el codo sobre la barra y sostuve mi barbilla con la mano. Observé cómo mi madre se reía como hacía años que no hacía y volví la vista, de nuevo, a la estantería llena de botellas alcohólicas. Advertí con el rabillo del ojo que alguien se sentó a mi lado.
-Una copa de vino y...un té helado.- reconocí aquella voz aterciopelada. Giré la cabeza y allí estaba Fiend. Por primera vez en toda la noche abrí los ojos como una persona normal. Él pareció reconocer el gesto de sorpresa en mi rostro. - Siempre nos encontramos en los lugares más absurdos. - la camarera le tendió lo que había pedido y él empujó el té helado hacia mí.
-No quiero, gracias.- dije con tono seco.
-Si no te lo tomas estarás siendo descortés conmigo además de estar desaprovechando una bebida que después tendrán que tirar sin estrenar. - sonrió.
-No creerás que puedes invitarme a tomar algo después de haberte ido aquel día como lo hiciste. - apreté los labios.
-Quería disculparme pero hasta ahora no nos hemos cruzado. - dio un sorbo a su copa.- Lo siento, es que a mi familia le gusta mucho importunar a los demás y si me hubiera quedado contigo Rosh te hubiera hecho sentir incómoda.
Acepté sus disculpas dando un sorbo al té y pareció comprenderlo.
-Bueno Alma, y ¿cómo has llegado hasta este sitio?
-Por mi madre y su novio. - contesté con desdén.
-¿Quieres que salgamos afuera? No pareces divertirte mucho aquí dentro...
-Sí, por favor. - me incorporé y me levanté del asiento.- A propósito, ¿qué haces tú aquí solo?
-Vengo de vez en cuando a divertirme.
Caminamos hacia la salida y, una vez fuera, él caminó unos metros más lejos del lugar hasta llegar a un parque cercano conmigo siguiéndole. Una vez allí se sentó a los pies de un árbol y apoyando la copa de cristal en la hierba me instó a sentarme junto a él. Recelosa me puse de rodillas frente a él.
-Qué, ¿has vuelto a espiar mi casa desde los arbustos? - rió.
-Si me has traído aquí para burlarte de mí me voy. -
-No, no, traquila...Menudo humor más cerrado. - sus ojos analizaron mi postura de arriba abajo. Comenzó a reírse.
-¿Qué? - espeté.
-Estás horrible con ese vestido. - se llevó el dorso de la mano a la frente. Bufé.
-¿Pero de qué vas? - cogí una piña del suelo que se encontraba próxima a mí y se la lancé.
-¡Eh! Que me manchas el traje.
-Que me manchas el traje, mimimí, mimimí...-comencé a hacerle burla.- Menudo fino. ¿No se te habrá roto una uña?
-Ríe mientras puedas. - se acercó exhalando el aire en mi barbilla y me colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y mantuvo su mano en el aire, paralelo a mi rostro. Instintivamente me aparté.
-¿Qué te crees que estás haciendo? - me alejé cuanto pude de él. - No se de dónde vendrás, pero aquí no somos así. No te creas que por tener dinero y aparentar ser un "heartbreaker" vas a mangonearme. - le golpeé la mano con rapidez y me aparté de allí gateando hacia atrás.
-Por eso me acerqué a ti. - sonrió.
-Pues no lo hagas más. - me levanté y caminé en dirección al club.
-Me ganaré tu confianza. -añadió.
Al llegar, todos se encontraban en la puerta mirando a los alrededores.
-¿Dónde estabas?- mi madre me abrazó con fuerza.
-Fui a tomar el aire.
-Vámonos, anda.
Nos montamos en el coche. A través de la ventanilla vi cómo desde hasta donde la vista alcanzaba a ver de la carretera Fiend hacía una reverencia mientras susurraba algo que no llegué a descifrar.

viernes, 4 de julio de 2014

Capítulo once: décimoprimer acertijo.

Desperté. Una melodía suave que provenía de una caja de música acariciaba mis oídos y junto con el mullido edredón me hacía flotar en un aura de paz y tranquilidad. Entreabrí los ojos. No reconocía aquel lugar. Las paredes parecían grises y había algunos muebles que no llegaba a identificar. De repente la cabeza me dio vueltas y se me cerraron los ojos de nuevo...


Me incorporé de un sobresalto. Abrí los ojos como platos. Me encontraba en mi habitación. La luz del Sol inundaba la sala con una calidez acogedora y todo parecía estar en calma. Sentí una punzada en la nuca y rocé con mis dedos el punto exacto. Entonces recordé lo ocurrido antes de desmayarme. Me levanté de la cama, caminé lentamente hacia el pasillo. Todo se encontraba en orden. No había nadie, tampoco había rastros de sangre ni nada roto. Suspiré. Me dirigí al cajón de mi habitación y lo inspeccioné. Estaba completamente vacío. ¿Y la rosa negra? Di un golpe con el puño cerrado. Me di un baño para librarme de esa sensación de suciedad impura y pasé el resto del día sin salir de casa, intentando encontrarle alguna explicación a lo que había vivido o había creído vivir.
Cuando se hubo alzado la luna sobre el cielo me decidí a dar un paseo por el centro del pueblo y ya de paso comprar algo de comida preparada y así evitarme preparar la cena personalmente. La familia Tanakamura había iniciado su festival japonés para iniciar al pueblo en su cultura y el hijo mayor había abierto un puesto de takoyaki por lo que me dirigí hacia allí con ilusión. La gente del pueblo parecía en su pluralidad entusiasmada aunque había personas que se mostraban reacias a nuevas experiencias. Esperé la cola que había en el puesto y me fijé en la persona que había delante mía. Cabello blanquecino, melena corta y lisa... Instintivamente se giró. Reconocí sus grandes ojos azules.
-¡Qué casualidad!-rió.
-Hola.
La fila avanzó y fue su turno.
-Dos raciones de takoyaki, por favor.- pagó y el muchacho le dio las dos bandejas. Adelanté un paso para pedir pero él posó su mano en mi espalda y dirigió mi trayectoria fuera de la fila. Entonces me miró y con una sonrisa risueña me extendió una de las bandejas.- No me des las gracias, es un regalo.
-Gracias.- contesté. Él enarcó una ceja.
-¿Dando una vuelta?
-Había bajado a comprar algo de cena. - comenzó a caminar y yo caminé tras él.
-¿Has probado esto alguna vez?
-Sí, claro. Todos los veranos, la familia Tanakamura hace un festival de comida y costumbres japonesas, ya que ellos son de allí, y así nosotros podemos ver cada año diferentes aspectos de su cultura. - mientras que yo pronunciaba aquellas palabras con tono repipi él parecía ignorarme olisqueando la comida.
-Huele bien.
-¿Me estabas escuchando? - el aroma caliente de los takoyaki recién hechos me hizo la boca agua.
-Sí, sí. Sentémonos, tengo ganas de probarlo. - trotó hacia un merendero de piedra cercano y se sentó. No sabía muy bien lo que hacer pero tenía curiosidad por ese chico así que me senté con él. Abrió su bandeja y hundió el dedo en una de las bolas, después se lo llevo a la boca e hizo un gesto de desagrado.
-¿No te gusta?
-La salsa no.- cogió los palillos que incluía la bandeja y utilizándolos a la perfección retiró la salsa de las bolas de pulpo e introdujo una de ellas en su boca. Yo abrí también mi bandeja para no sentirme tan incómoda y disfruté del olor.
-Oye...- murmuré. Él dejó de concentrarse en su comida y me miró de reojo.- ¿Qué es lo que pasó anoche?
-¿Anoche? - enarcó de nuevo una ceja.
-Sí, después de despedirnos.-dije firmemente.
-Que yo me fui a dar una vuelta y tú supongo que volviste a casa.- siguió comiendo.
-Después. -insistí. Le miré fijamente a los ojos esperando una respuesta coherente que demostrara que no me estaba volviendo loca. Él no se inmutó.
-No he vuelto a verte desde entonces. -jugueteó con las últimas bolitas mientras me miraba fijamente.
-No tiene caso...-desistí. Tal vez aunque hubiera sido cierto lo que vi, él no había participado y era inútil mi interrogatorio. De repente, el mismo Bugatti que estacionó aquel día en mi puerta paró frente a nosotros. Bajó la ventanilla del copiloto y alcancé a ver en el asiento de conductor al mismo chico pelirrojo que llamó a mi puerta, Rosh. Entrecerré los ojos.
-¿Qué haces aquí? - mi acompañante se dirigió al conductor del vehículo con un tono brusco.
-Vaya Fiend, no sabía que andabas con Ánima. - al oír aquello, se sorprendió y me miró atónito por un par de segundos. ¿Ánima?
-Mierda. - musitó. Rosh soltó una carcajada.- Adiós. - se levantó del merendero, se subió en el coche y desaparecieron entre el pueblo. Se dejó dos bolitas de pulpo partidas por la mitad en la bandeja y me dejó a mí allí sola. El silencio me recordó que siempre acababa volviendo a él...

Capítulo diez: décimo peligro.

-Te gusta merodear por los alrededores de mi casa por lo que veo.- me miró fijamente desde la posición en la que se encontraba sentado. Su traje gris hacía juego con su cabello.
-No. Es solo que desde aquí se ven muy bien las estrellas...-aparté la mirada por un segundo.
-Ya me había dado cuenta...-clavó sus ojos en el cielo nocturno y después los cerró para aprovechar un soplo de brisa que decidió pasar por allí en aquel momento. Con cuidado recogí mis cosas. - ¿Te vas? - dijo sin abrir los ojos.
-Sí, se ha hecho tarde para mí.
-Ten cuidado, he oído que han asesinado a varias muchachas por las afueras del pueblo. - sonrió maliciosamente, yo respiré hondo al oír aquello.
-Sí, pero no creas que soy presa fácil.-dudé de si había dicho lo correcto. Quizá él fuera el asesino y yo acababa de ofrecerle un reto tentador. Él rió.
-Depende de para qué depredador...-penetró mis ojos con los suyos y yo sentí un escalofrío. Él sonrió.- Perdona, no pretendía asustarte.
-No me has asustado, es que tengo un poco de frío.- tras haber guardado todas mis cosas me levanté del césped y pasé a su lado. Él se levantó y fue detrás mía.
-Me encargaré de que no te pase nada.- miró alrededor dubitativo y se aproximó a mí. Caminaba de una manera grácil como si apenas tuviera que mover sus músculos y fuera el viento quien le trasladaba a cualquier lugar.
-Se cuidar bien de mí misma, gracias. - agravé mi paso, pendiente del entorno y de él.
-Solo pretendo ser cordial, tranquila, que no muerdo...-apoyó su mano sobre mi hombro.-...aún.
-¡Para!- me deshice de su mano y me di media vuelta.- No me acompañes, no quiero que me sigas, puedes irte. Vete.- sonrió.
-Eres cabezota... Vale, pues continúa tú sola.- su sonrisa macabra erizó el vello de mi piel. Se despidió con una mirada inquisitiva y caminó en dirección contraria hasta desaparecer entre el boscaje.
Quieta, entre aquellos oscuros y tenebrosos árboles, con una congelada brisa en la cara y la piernas flaqueándome, sollocé. Continué mi camino hacia donde creía que era mi casa, sin embargo tras llevar un rato caminando llegué de nuevo a los arbustos en los que me habían encontrado con aquel chico. Mierda. Di media vuelta observando todo detalle posible, intentando evitar la posibilidad de volver a encontrarme con él. Tardé una hora en encontrar el camino de vuelta pero, gracias al cielo, logré llegar sin ser atacada por nada ni nadie. Abrí la puerta de mi casa y me dirigí a mi habitación. Al entrar escuché un gruñido. La sangre comenzó a fluir violentamente a través de mis venas. Intenté mantener la compostura, no obstante, el cosquilleo que sentía en la piel mientras esta se erizaba imposibilitaba mi intento. Noté una exhalación congelada en mi nuca y al compás de un fuerte escalofrío me giré con la intención de dar un puñetazo. Como era de esperar, golpeé el aire y entonces algo se abalanzó sobre mí tirándome al suelo. Entonces lo vi. Vi sus ojos inyectados en sangre, su iris carmesí y su pupila tan clavada en mí que hasta podía reflejarme. Con su hambrienta sonrisa babeaba mi cuello y se relamía sus finos labios mientras me aplastaba contra el suelo agarrándome por las muñecas. Forcejeé. Cuanto más me resistía más aumentaba su ambición.
-Hueles tan bien...Y eres tooooda para mí...-rió maquiavelicamente y lamió mi cuello. Intenté luchar con todas mis fuerzas: pataleé, intenté clavarle las uñas, morderle, escupirle... Sin embargo todo resultó inútil. Comencé a llorar de impotencia mientras él parecía disfrutar del olor de mi cuerpo. De repente noté como sus manos soltaron mis muñecas y se elevaba en el aire para ser lanzado hacia el fondo del pasillo. Gemí. Aproveché la situación y me levanté. Entre la tenue luz que traspasaba el cristal de la ventana y los fuertes golpes que se escuchaban en el pasillo de mi casa alcancé a apreciar cómo alguien, a quien no conseguía distinguir, golpeaba con fuerza a mi atacante, lo magullaba y lo arrastraba por mi casa dejando un reguero de sangre a su paso. Abrí la ventana, salté a la calle y salí corriendo. Corrí como alma que lleva el diablo sin apenas distinguir hacia donde me dirigía. El viento me cortaba en la cara pero yo solo quería seguir corriendo. Después de correr durante un buen rato la carretera parecía igual a cada paso y yo me quedaba sin respiración. La garganta me ardía y me daba vueltas la cabeza. Alcancé a ver las luces de un coche y frené en seco. Fue tan repentina la parada que cuando quise darme cuenta había caído rendida en mitad de la calzada.

jueves, 3 de julio de 2014

Capítulo nueve: novena incógnita

¿Y ahora qué? Sentada en un banco clavaba la mirada en la gente que caminaba despreocupada. Desde que salí del hospital solo habían ocurrido desgracias. Todo empezó cuando Lucrecia decidió correr tras aquel camión de mudanzas... Claro, ahí está: la mudanza, el chico misterioso, las muertes, mi casi asesinato en el bosque...me estremecí. Todo tiene que estar conectado. Tengo que averiguar quién vive en esa casa y por qué se está dedicando a infundir el caos en este pueblo. Pero...¿cómo? Si nadie puede ayudarme ahora que Kory se ha ido.

Una vez en casa limpié todas las habitaciones de arriba abajo. Quizá no me purgaría de mi pesar pero me mantuvo entretenida durante muchas horas. Mi madre estaría al llegar, quizá se retrasara un par de días pero debía encontrar la casa como nueva. Encontré entre las toallas del baño uno de los cuchillos que escondió la noche pasada. Reí sarcásticamente. ¿Me estaba volviendo loca? Tomé un baño y después preparé la cena. Me encontraba mucho más relajada que estos días atrás. Al entrar en mi habitación, justo antes de acostarme, encontré en el suelo la rosa negra. Mierda. Yo la había guardado a buen recaudo, estaba segura. La ventana de mi habitación estaba de nuevo abierta de par en par. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y no quise acercarme. Cerré la puerta a mis espaldas y mantuve los ojos abiertos de par en par. Escuché una risa afuera y di un respingo. Agarré el cuchillo de cortar jamón que había escondido debajo de la cama y me dirigí hacia la ventana. Cuando estuve lo suficientemente cerca de la hoja de la ventana escuché un coche estacionar frente a la puerta y me asomé. Un precioso Bugatti de color gris oscuro paró frente a la puerta de mi casa. Cerré la ventana, recogí la rosa y me encaminé a la puerta. A través de los ventanales decorativos de la entrada vi a un hombre acercarse hacia mí. Tres golpes secos retumbaron en la puerta. Abrí con cautela. Ante mí había un hombre de pelo rojo y despeinado. Sus ojos morados me miraban con desgana. Vestía unos pantalones con estampado escocés y una cazadora de cuero negra.
-Hola, mi nombre es Rosh, vengo a invitarte a una fiesta.- su voz sonaba monótona y aburrida. Extendió su mano, en la que sostenía un panfleto, hacia mí y sonrió falsamente. Cogí el panfleto y lo leí: "Fiesta de acogida, esperamos que nos reciban con los brazos abiertos, vengan y vean nuestra morada y disfruten de una cena y unos cócteles preparados con mucho amor". Enarqué una ceja.
-Hola Rosh...¿Sois nuevos en el pueblo?-pregunté sin quitarle ojo de encima.
-Sí, somos los nuevos vecinos. Venga esta noche, se divertirá seguro. Estamos ansiosos por conocer gente nueva.- de nuevo el tono de su voz era repetitivo y mostraba desinterés en todo lo que decía.
-¿Dónde has comprado esas lentillas?
-No me acuerdo.
-Y esa cazadora es impresionante.-le guiñé un ojo.
-Tres mil euros.
-Increíble.
-¿Verdad? Pues venga esta noche y verá un montón como esta, si tienes suerte y aguantas hasta mañana a lo mejor te regalo una.
-¿De verdad quieres que vaya?- enarqué una ceja.
-Mira cielo, me da igual si quieres venir o no, yo soy un mandado, haz lo que quieras con ese papel.- sacó una cajetilla de tabaco del bolsillo y se puso un cigarrillo en los labios. A continuación me miró de arriba abajo y sonriendo de manera maliciosa se dio media vuelta hacia su Bugatti.

Aquella noche busqué por mi casa los prismáticos y la cámara de mi padre. Un recuerdo me vino a la mente: aquellos hombres, uno de ellos se llevó todas mis cosas, incluida la mochila. Inspeccioné el armario de mi madre, encontré una bolsa grande de tela e introduje un cuchillo, un spray de pimienta, una cámara de fotos, otros prismáticos más pequeños y una cuerda entre otras cosas. Encontré un kit de supervivencia en la antigua cómoda de mi padre y lo guardé también. Me puse mis ropas más cómodas para la aventura y me encaminé hacia la dirección del panfleto.
Aquel camino señalizado en el papel coincidía casi con exactitud en la ruta que seguí cuando encontré a Lucrecia salvo por un cambio al final. Sin embargo, continué por mi propia ruta hasta aquel melancólico y siniestro lugar. Avancé más allá del lugar del incidente, intentando mantener la compostura. Una vez encontré una visión casi perfecta de la fiesta que estaba comenzando en el caserón me instalé con mis pertenencias. Divisé con los prismáticos cómo la gente vestía sus ropas más elegantes y simulaban saludarse como hacen los ricos en las películas. Durante horas todo sucedió convencionalmente.
-No esperaba encontrarte aquí. - a mis espaldas una voz aterciopelada me descubrió. Me giré rápidamente y observé. Frente a mí tenía un chico quizá unos cuantos años mayor que yo, cuatro como mucho, alto y esbelto. La luz de la luna brillaba sobre el cabello grisáceo claro del joven y traspasaba sus ojos azules, que una vez más me atraparon. Era el mismo de aquella vez... Aún así no bajé la guardia.
-¿Cómo me has encontrado?

Capítulo ocho: octava soledad.

No pegué ojo en toda la noche. Me sentía vulnerable y me estaba convirtiendo a la locura. Pasé horas observando cuidadosamente cada rincón de mi casa. Encendí todas y cada una de las luces y guardé estratégicamente diferentes cuchillos en diversos lugares de mi vivienda. Tenía la sensación de que yo era su próximo objetivo y que si no había sido asesinada ya no era si no porque se me había aparecido un ángel o algo por el estilo. Se me erizaba el vello con cualquier ruido sospechoso y no me sentía segura en ningún rincón. Tenía ganas de llorar pero no encontraba las fuerzas. No entendía qué estaba pasando y por qué me estaba pasando a mí. Mi cuerpo comenzó a acalorarse de forma mediocre conforme amanecía y pude refugiarme en el único haz de luz que traspasaba las cortinas y descansaba sobre el suelo de mi habitación. 

Ya entrada la mañana decidí dar una vuelta por el pueblo con el fin de pegar la oreja en las conversaciones de las señoras mayores que se habrían enterado de todo rumor posible. Intenté disimular mi desequilibrio vistiendo lo más elegante posible, aún así las ojeras revelaban mis preocupaciones. Visité la panadería, la peluquería, el mercado...Sin embargo nadie parecía preocupado, nadie comentaba nada de lo que había ocurrido. Normalmente cuando desaparece el gato de alguna familia todo el pueblo permanece una semana casi de luto comentando lo ocurrido, no entendía por qué tras la muerte de dos muchachas jóvenes nadie parecía inmutarse. Pasé a la floristería y compré un ramo de rosas violetas y mentas y me encaminé a la residencia Cólibrie. Al llegar, todas las puertas y ventanas estaban cerradas. No había ningún coche estacionado frente al garaje y las flores del jardín se habían marchitado. Entré cuidadosamente en el recinto y golpeé la puerta principal. Tras esperar unos segundos nadie abrió la puerta. Insistí algunas veces más y obtuve el mismo resultado. Tras desistir caminé hacia la vivienda más próxima. Allí me recibieron dos ancianas cuyos rostros expresaban incertidumbre y desolación. Al acercarme las escuché murmurar. 

-Dicen que la noche que murió la hermana del oficial la luna se tiñó de un rojo sangre muy intenso. 
-Sí, yo también lo escuché. Pobre policía, le depara un destino terriblemente horrible...
Caminé a pasos quedos hasta que ambas mujeres fueron capaces de advertir mi presencia. 
-¿Qué te trae por aquí, jovencita?
-¿Saben dónde están los Cólibrie?- pregunté con voz tenue. Una de las ancianas se sorprendió.
-¿No te has enterado, muchacha? Tras el grave incidente se mudaron sin decir nada a nadie.- Tras decir aquello, la viejecita observó las flores que llevaba en la mano. Suspiré.- ¿Quieres que me quede las flores y así haces feliz a una pobre anciana? 
-Claro, quédeselas...- caminé hacia mi casa torpemente. Me sentía desolada. Llevaba en mi pecho un peso que no sabía cómo iba a quitármelo de encima. Tras unos minutos andando por un camino de tierra que se dirigía al centro del pueblo recordé la sonrisa de Lucrecia del brazo de aquel hombre y me derrumbé. Comencé a llorar. ¿Y si pude haberlo evitado? Golpeé la tierra con los puños cerrados y tras darme cuenta de que aquello no conducía a ningún puerto, desistí. 
Me levanté y caminé hacia la comisaría, de nuevo. Allí un agente de policía fijó su atención en mis sucias ropas y mi apenado rostro. 
-¿Le sucede algo, señorita?- el hombre se mostró cauto. 
-¿Puedo ver a Kory?
-Lo siento, el oficial Malí pidió la baja voluntaria esta mañana. - hizo una mueca compasiva y se dio media vuelta.
-¿Puede darme su dirección? Por favor.- el agente dudó durante unos instantes y después se resignó.
-No puedo hacer esto, así que si le preguntan yo no he sido, pero tenga.- me entregó un post-it con una dirección que reconocí al instante y después se dirigió a un compañero suyo.
-Gracias.
Marché de allí lo más rápido posible y me encaminé a la residencia de Kory. Al llegar le encontré guardando multitud de maletas en un todoterreno. Corrí a su encuentro, él no se inmutó al verme.
-Hola Kory...
-Hola Alma.-dijo mientras continuaba colocando su equipaje en el maletero.
-¿Te vas? 
-¿Acaso no lo ves?- respondió seco.
-¿Para siempre? - me mordí el labio.
-No lo sé.- guardó la última maleta en el coche y me miró a los ojos.- De momento voy con mis padres a casa de forma permanente. No se si cambiaré de opinión, aunque no creo que aguante mucho allí metido. De todas formas no creo que vuelva más aquí...- su rostro se sumió en la desolación y sus ojos perdieron por unos instantes todo posible atisbo de brillo. Permanecí callada y quieta frente a él. No tenía nada que decir. 
-Lo siento. -murmuré. 
-No tienes que sentir nada, no quiero la compasión de nadie.- se dio media vuelta y se montó en el coche. Caminé hacia él y le observé a través de la ventanilla, la cual él bajó.- Te deseo lo mejor, ha sido muy acogedor conocerte, Alma. 
Me aguanté las lágrimas. 
-Seis, cinco, tres, cuatro, cero...
-Apúntalo.- rebuscó en su bolsa de viaje y encontró una libreta a la que estaba sujeta un bolígrafo. Anoté mi número de teléfono y se lo devolví. Kory me respondió con un intento de sonrisa que resultó tan marchita como su corazón en aquel momento y arrancó el motor. Me aparté sin dejar de mirar sus ojos, que deambulaban sin rumbo en la inmensa oscuridad de su alma y se fue.  

jueves, 8 de mayo de 2014

Capítulo siete: séptimo infierno.

Su penetrante mirada paralizó mis sentidos. No podía parar de temblar, tampoco de mirarlo...Me estremecí, él sonrió.
-¿Estabas espiando?- su mirada se mostró fría.
-¡Aléjate de mí! No...¡No se quién eres pero tengo un arma!- me arrastré hasta la mochila y saqué el revólver. Pareció sorprenderse pero rápidamente cambió el semblante. 
-Es tan antiguo que es imposible que funcione.-sonrió triunfante y dio unos cuantos pasos en mi dirección.
-No...¡No te acerques!- apunté al chico con mi arma descargada. 
-Levanta, tranquila.- me tendió su mano. Yo me levanté sin quitarle el ojo de encima y, por supuesto, sin su ayuda.- Como guste.
Me acerqué a mis cosas lentamente, manteniendo los ojos fijos en él, sin dejar de observar sus movimientos. Me tambaleé. El rió. Agarré la mochila y salí corriendo en dirección contraria. Debía salir de allí lo antes posible. El miedo y la incertidumbre me obligaban a correr más despacio y a tropezarme con cualquier cosa. Mientras corría, sentía que alguien venía detrás, sin embargo, no iba a quedarme para comprobarlo. Intentaba avanzar a zancadas cada vez más grandes pero lo único que conseguía era trastabillar con más frecuencia. Se acercaba cada vez más y yo cada vez tenía menos fuerzas. No conseguía respirar adecuadamente por lo que suavicé el ritmo de la carrera. El pecho me ardía, me estaba ahogando. De pronto, una rosa negra cayó en mis manos desde el cielo. Me sobresalté. ¿Quería decir que iba a morir? La lancé hacia atrás y solté un grito desesperado, pero cuando quise dar un paso hacia adelante, me encontré de frente con alguien que me aplastó contra su duro pecho e inmediatamente después saltó por encima mía hacia quien me perseguía. Giré el rostro, apenas se veía nada. Fijé la vista en los dos seres que se mordían y se intentaban aniquilar. De repente uno de ellos le despedazó un brazo al otro y, tras murmurar algo ininteligible para mí, atravesó el cuerpo de su adversario con la mano derecha, arrancándole el corazón y salpicando todo de sangre. Sentí un terrible mareo y cerré los ojos.

Desperté y miré a mi alrededor. Mi habitación seguía en orden. Me incorporé y sentí la cabeza cruelmente pesada. La presión de mis vasos sanguíneos aumentó cuando vi sobre la colcha una rosa negra que brillaba según le alcanzara la luz de la luna. Observé cuidadosamente la habitación, la ventana estaba abierta de par en par. Exploré mis ropas en busca de manchas de sangre o algún descosido. Nada. ¿Ha sido una pesadilla? Examiné la rosa. ¿O tal vez no? Intenté recordar lo que había soñado, aunque no estaba segura de si realmente había sido un sueño, aún así no conseguí acordarme de nada. Me froté la cara con las manos. De repente sentí que alguien me acechaba. Giré la cabeza hacia la ventana y vi cruzar, de un extremo a otro, una sombra.
-Buenas noches, Ánima.-una voz macabra y a la vez encantadora se escuchó afuera. Aquel tono de voz resultó para mis oídos como el aroma de una planta carnívora para una mosca pero fui capaz de reaccionar. Me levanté corriendo y cerré la ventana, corrí las cortinas y suspiré aliviada. Después, me llevé las manos a la cabeza y me desmoroné, deslizándome por la pared, mirando con tentación aquella lúgubre flor tendida sobre mi cama....

martes, 6 de mayo de 2014

Capítulo seis: verso hexámetro.

Corría y corría a través del bosque. Me atropellaba los pies sin descanso. Un ser sediento me perseguía, buscaba mi cuerpo, mi sangre, mis ojos y mis labios para juguetear con ellos entre sus garras y dientes sin piedad alguna. No aguantaba más, llevaba demasiado tiempo huyendo sin encontrar un lugar en el que refugiarme. Jadeé al dejarme caer sobre el suelo. La voz que me incitaba a la muerte se encontraba cada vez más cerca. Apreté los puños. De repente sentí cómo ese ser me agarraba del pie. Le miré. Sus grandes ojos rojos supusieron mi final.

Abrí los ojos. Un sudor frío resbalaba por mi frente desenfrenadamente. Frente a mí tan solo había una pared, la de mi habitación. Estaba hiperventilando a la vez que lloraba. Reaccioné. Había tenido una pesadilla. Me levanté de un salto y me senté al borde de la cama. Me llevé las manos a la cabeza, afligida. Suspiré. Mis últimas lágrimas recorrieron mis mejillas, recordando la desesperación que creía haber vivido hace unos instantes.
Me dirigí al baño, abrí el grifo y empapé el rostro en el agua del lavabo. Me miré al espejo. Bajo mis fatigados ojos deslumbraban unas ojeras violetas que destacaban entre mi cansada y pálida piel. Me sequé con la toalla y di un paseo por la casa. Después volví a mi habitación. Me acerqué al escritorio con pasos quedos y me senté en la silla. Giré un par de veces sobre ella, abrí el cajón y vi la rosa. Todos los pétalos marchitos yacían sobre la base de este y el tallo, deshidratado, se había retorcido adquiriendo una forma de media luna. Cerré el cajón y me vestí. Guardé en una mochila el revólver que había encontrado, la linterna que no devolví a los oficiales, un par de barritas de chocolate, una cámara de vídeo, unos prismáticos y una manta. 
Salí y recorrí la carretera en busca de la mansión. La linterna alumbraba mi paso y la cámara, en mi mano izquierda, grababa toda acción o movimiento a mi alrededor. Con entusiasmo caminé hasta llegar a los límites de la finca y allí empecé a narrar todo lo que hacía o veía. Hola a quien lo llegue a ver. Soy Alma, la hija de la enfermera Hollywright. Si me pasa algo esta noche, estoy o...estará mi cadáver en los límites de la mansión que se encuentra a unos pocos kilómetros del riachuelo del pueblo... Enfoqué a las ventanas del caserón. Las cortinas se movían bruscamente y finalmente dejaron al descubierto la figura de una niña que me observaba atentamente. Escondí la cámara de vídeo detrás de mis piernas y saqué los prismáticos. Cuando encuadré, la niña sonrió maliciosamente y se escondió tras el cortinal. Entrecerré los ojos y retiré los prismáticos, lanzándolos al interior de la bolsa. Acabo de ver una niña en el ventanal de la casa. Era un poco inquietante la forma en la que me ha mirado, aunque no estoy segura de que fuera a mí lo que estaba observando. De todas maneras ya se ha ido. A continuación voy a entrar en la finca. Estoy segura de que esta casa tiene algún tipo de relación con los asesinatos de Alexia y Lucrecia. Cogí la mochila y salté los arbustos. De repente alguien me tapó la boca por detrás y me apretó contra un cuerpo duro. Me arrancó la cámara de las manos y dio una patada a la linterna. Intenté chillar. Me resistí pero todo resultó inútil. Pataleé. 
-Shh...pequeña.-una voz enfermiza susurró en mi oído. Grité asustada.- ¿Qué haces aquí, tan sola por estos bosques?- su voz dejaba un regusto aterciopelado en mis tímpanos. Forcejeé, de nuevo, sin resultado. Frente a mí, en la oscuridad de la noche aparecieron los misteriosos ojos rojos.
-Suéltala.-una voz firme y a la vez un tanto suave retumbó entre los arbustos. 
-Ni lo sueñes...huele tan bien.- noté como una áspera lengua recorrió mi cuello. Me retorcí de nuevo. Sentí repugnancia pero el hecho de no poder deshacerme de los brazos que me habían atrapado tan solo me hacían tener ganas de llorar. 
-Todavía no.-salió de entre las sombras un hombre alto. La luz de la luna iluminó su blanquecino cabello y atravesó sus cristalinos ojos azul cielo que me atraparon en un torbellino de oscura incertidumbre.- No rompas las reglas.
Quien quiera que fuese quien me agarraba lamió mi nuca y acto seguido me dejó en libertad. Corrió adentrándose en el bosque con mi cámara y mis prismáticos, dejándome sola e indefensa ante el verdadero peligro.
Tu opinión es más importante que la de cualquiera de los personajes y, además, me ayuda a mejorar día a día.
Estaría muy agradecida si dejaras un comentario.
¡Quiero saber tu opinión!
:D