sábado, 4 de octubre de 2014

Capítulo trece: decimotercer augurio.

El Dr. Marquet poseía un complejo de residencias bastante ostentoso a las afueras del pueblo. Estaba relativamente cerca de mi casa por lo que mi madre y yo acabamos mudándonos allí. Me sentía agradecida pues, el doctor entendía que al no haber intimado en demasiadas ocasiones con ellos pudiera sentirme incómoda en aquel lugar, por lo que me dejó instalarme en uno de los pequeños apartamentos paralelo al caserón principal hasta que adquiriera la confianza suficiente para ocupar una habitación próxima a los demás. Aquel lugar cercado me resultaba tranquilo y alegre y gracias a la amplitud de terreno no me hacía falta salir del recinto para tomar el aire y dar un paseo. Me sentía segura.
Mi nuevo apartamento era increíblemente luminoso. Sus paredes eran blancas y el parqué, con su tono beige grisáceo, le daba un aura de tranquilidad inquebrantable. Por fortuna, el apartamento poseía un baño adyacente a él, muy espacioso, por lo que no tenía que moverme de allí más que para desayunar, comer o cenar. La habitación poseía unos grandes ventanales de cristal sin cortinas y estaba formada por una cómoda de madera blanca, una cama tradicional de matrimonio con una bonita colcha blanca, un tocador que incluía un espejo redondo, alfombras y un enorme armario que a su vez hacía la función de vestidor, también hecho de madera tintada de blanco.
Me tumbé en la cama y miré al techo. Paz, serenidad. Me decidí a colocar mis pertenencias y cuando hube terminado salí a caminar por la parcela. Aquel lugar era terriblemente acogedor. Un impecable césped recién cortado, unos árboles frutales variados dispersos por toda su extensión, algunas pequeñas fuentes naturales, decorados con piedras, flamencos y pequeños gnomos de jardín... Después de lo que había pasado estos días atrás, aquello me resultaba el paraíso. Me acerqué a un naranjo que había cerca y me senté sobre su sombra. La brisa acariciaba mis mejillas con suavidad y el Sol en su fase de descender, se ocultaba parcialmente tras una montaña a lo lejos. Sin darme cuenta, un pequeño labrador de color dorado se acercó a mí y empezó a lamer mi mano derecha. Le miré, él movió la cola de un lado a otro mientras dejaba caer su lengua por el lateral de su mandíbula. Le acaricié la cabeza y después, las orejas. Se abalanzó sobre mí y se tumbó en mi regazo. Cerré los ojos y continué acariciándole hasta quedarme profundamente dormida.


Desperté a causa de que un frío viento me caló hasta los huesos. Somnolienta advertí que el labrador  había desaparecido. La luna resaltaba en aquel cielo negro plagado de estrellas. Me froté los brazos y me levanté. Caminé hacia mi apartamento y me metí en la cama apenas inconsciente. En la mesilla de noche había un papel: "Cariño, alguien llamó a casa ya entrada la tarde preguntando por ti. Le dije que nos mudábamos y me dio su número de teléfono para que le llamaras cuando pudieras, dijo que se llamaba Kory. xxxxxxxxx Mamá." Cerré los ojos y volví a abrirlos instantáneamente. Tenía también un teléfono en la mesilla, me incorporé y lo agarré. Marqué el número y esperé.
-¿Sí? - contestó una mujer mayor.
-Perdone, llamaba preguntando por Kory. - contesté con voz ronca.
-¿De parte de quién?
-Soy una amiga del pueblo... - antes de que terminara, la mujer la interrumpió:
-Sí, ya se. No, Kory se marchó nada más anochecer hacia allí, supongo que habrá llegado ya al pueblo. Podrás encontrarle en casa. Buenas noches, jovencita.
-Gracias. - musité.
La mujer colgó y apareció en el teléfono la hora: las tres de la madrugada. Me acosté de nuevo e intenté dormir. Cuando ya no tenía control sobre mi cuerpo, escuché fugazmente cómo alguien o algo golpeaba el cristal de uno de los ventanales de mi habitación....

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